En Brasil ha ocurrido algo extraordinario. Por vez primera, un pueblo
ha rechazado la propuesta de pan y circo, ha detectado perfectamente la
naturaleza predadora que alienta en los grandes eventos deportivos y ha
exigido más hospitales y escuelas y menos estadios. ¡Y todo ello en un
país que adora el fútbol y tiene su meca en Maracaná! Estoy emocionado.
Una nación joven, una potencia emergente, una ciudadanía que apenas
empieza a disfrutar un mínimo de bienestar es capaz de ponerse en pie
contra el enemigo más sutil y oculto: no ya la pobreza, el analfabetismo
o la opresión física, sino la comedura de coco organizada
meticulosamente por los amos del show business. Ya ven, los
brasileños han aprobado donde nosotros suspendimos. A ellos no se los
han llevado al huerto con el cuento de la autoestima, ponerse en el
mapa, irrumpir en el gran concierto de las naciones y acoger
sucesivamente la Copa Confederaciones, el Mundial de Fútbol y,
finalmente, los Juegos Olímpicos. Han detectado el truco.
Como es
sabido, el optimismo fomentado desde el poder me saca de quicio.
Siempre, quienes gobiernan pretende hacernos creer que estamos genial,
que la vida nos sonríe, que el futuro será de color de rosa y que todo
se debe a su desinteresada labor. Pero en realidad nos están vendiendo
mercancía averiada. Ahora, en España, ya deberíamos saber que el eventismo,
como fórmula de integración política y reclamo electoral, es un fiasco.
Hemos visto a jefes y súbditos volverse locos por los campeonatos, las
olimpiadas de todos los colores, las motos, los coches, las expos, los
edificios emblemáticos y el brillo de las lentejuelas. Sólo aquí
han triunfado (¡y de qué forma!) los planes para recrear Las Vegas en
Europa y otras podridas quimeras. Todo ello, mientras los voceros del
poder (más bien de los poderes, que no sólo hay políticos en estos
tejemanejes) nos invitaban a ser positivos, a estar contentos, a ser
felices. ¡Y aún lo siguen haciendo!
La crisis pone las cosas en
su maldito sitio. Eso sí, Madrid todavía aspira a organizar los Juegos
Olímpicos post-Río de Janeiro. ¡Viva!
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