lunes, 24 de junio de 2013

¡Sed optimistas, amad a los jefes! 20130624

En Brasil ha ocurrido algo extraordinario. Por vez primera, un pueblo ha rechazado la propuesta de pan y circo, ha detectado perfectamente la naturaleza predadora que alienta en los grandes eventos deportivos y ha exigido más hospitales y escuelas y menos estadios. ¡Y todo ello en un país que adora el fútbol y tiene su meca en Maracaná! Estoy emocionado. Una nación joven, una potencia emergente, una ciudadanía que apenas empieza a disfrutar un mínimo de bienestar es capaz de ponerse en pie contra el enemigo más sutil y oculto: no ya la pobreza, el analfabetismo o la opresión física, sino la comedura de coco organizada meticulosamente por los amos del show business. Ya ven, los brasileños han aprobado donde nosotros suspendimos. A ellos no se los han llevado al huerto con el cuento de la autoestima, ponerse en el mapa, irrumpir en el gran concierto de las naciones y acoger sucesivamente la Copa Confederaciones, el Mundial de Fútbol y, finalmente, los Juegos Olímpicos. Han detectado el truco.

Como es sabido, el optimismo fomentado desde el poder me saca de quicio. Siempre, quienes gobiernan pretende hacernos creer que estamos genial, que la vida nos sonríe, que el futuro será de color de rosa y que todo se debe a su desinteresada labor. Pero en realidad nos están vendiendo mercancía averiada. Ahora, en España, ya deberíamos saber que el eventismo, como fórmula de integración política y reclamo electoral, es un fiasco. Hemos visto a jefes y súbditos volverse locos por los campeonatos, las olimpiadas de todos los colores, las motos, los coches, las expos, los edificios emblemáticos y el brillo de las lentejuelas. Sólo aquí han triunfado (¡y de qué forma!) los planes para recrear Las Vegas en Europa y otras podridas quimeras. Todo ello, mientras los voceros del poder (más bien de los poderes, que no sólo hay políticos en estos tejemanejes) nos invitaban a ser positivos, a estar contentos, a ser felices. ¡Y aún lo siguen haciendo!

La crisis pone las cosas en su maldito sitio. Eso sí, Madrid todavía aspira a organizar los Juegos Olímpicos post-Río de Janeiro. ¡Viva!



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