La visita del Papa ha creado una sensación como de Semana Santa en medio de la canícula (¡y qué canícula!). Ponías la tele y aquello era un rosario perpetuo, con desfiles de monseñores, panorámicas de los felices peregrinos, albas, casullas, sobrepellices e incluso imágenes llevadas en andas. Cada día los medios audiovisuales de titularidad pública se pegaban veinte minutos de crónica vaticana en sus noticiarios, más las retransmisiones en directo y los programas especiales. El fin de semana último resultó así de lo más curioso: sobre el mogollón estival y playero se superpuso el canto de los cumbayás católicos. En Ibiza se remojaba el famoseo y en Madrid trinaban los kikos encantados de haberse conocido. Dicen que la Jornada Mundial de la Juventud ha sido, además de una ejemplar peregrinación en masa, un magnífico negocio.
Hasta cierto punto, la movilización mediática en torno a Benedicto XVI resultó muy instructiva. Ver el desfile de las altas autoridades de nuestro aconfesional nación inclinándose ante el Pontífice y besando su anillo fue demasié (¡menuda genuflexión se pegó la presidenta de Madrid!). Menos mal que Zapatero se limitó a estrechar la santa mano mientras ponía esa cara de susto y desconcierto que le producen desde hace tiempo los poderosos de verdad. ¿Es lógico que en un saludo protocolario nuestros representantes institucionales reverencien al Papa? ¿No hubiera sido más normal que hubieran puesto un puntito de laicismo en la recepción de quien al fin y al cabo no es sino el jefe de Estado de otro país y el líder de una religión que la mayoría de los españoles no practica?.
Pero tampoco quiero entrar en más discusión. Pasó el soplo semanasantero y todo vuelve a su sitio. La Duquesa de Alba (mi celebrity favorita) prepara su boda con ese funcionario que la pretende, Enrique Iglesias no ha oído hablar de la spanish revolution y las gentes de orden han asumido (vamos, digo) que si el Papa tiene derecho a que los poderes públicos españoles le financien el tenderete, también las demás organizaciones (políticas, sindicales, benéficas o culturales) pueden y deben seguir cobrando su parte. Cada cual, a lo suyo... hermanos.
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/lunes 22.08.2011
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