El otro día estaba yo en Bergen, sentado tan ricamente en una de aquellas terrazas del puerto, donde el barrio hanseático, y veo a lo lejos un señor clavado-clavado a nuestro alcalde Belloch y a su lado una dama igualita a doña Maricruz. Será un espejismo, pensé; aún no he desconectado del todo y tengo a Zaragoza en la cabeza (que ya me había pasado cuando vi el tranvía en Oslo). Así que pedí otra birra (no se me escandalicen, que las de Noruega son muy flojitas) y seguí a lo mío. Pero he aquí que al volver a la inmortal ciudad me entero de que, efectivamente, su flamante regidor andaba de veraneo por Escandinavia y bien pude verlo durante aquel largo atardecer en el fiordo.
Seguro que don Juan Alberto ha estado en Noruega tranquilo, fresco y atento, porque aquello resulta bastante instructivo. Allí sí hay tranvías, como he dicho, y los coches privados apenas circulan por las ciudades. La gente ama su país de verdad y lo cuida de manera exquisita. Los ricos lo llevan con mucha discreción y pagan unos impuestos impresionantes (el IVA habitual es del 25% y el tramo superior del IRPF cotiza al 75%). Dominan las clases medias. No hay pobres. No se ve policía (ni siquiera tras el atentado de julio). No hay delincuencia. La sociedad está equilibrada y se rige por principios igualitarios, auténticamente socialdemócratas. Por supuesto, el medio ambiente está muy protegido. Los paisajes son tan hermosos que parecen una ficción cinematográfica.
Todo en esa Noruega que ha visto Belloch forma parte de un esquema coherente: las ideas socializantes, el civismo, la paridad, la ecología, las estrechas carreteras concebidas para causar impactos mínimos, la limpieza, el desarrollo, el pleno empleo... Claro, dicen algunos, con petróleo ya se puede. Sí, queridos, pero también hay petróleo (mucho más) en Arabia Saudí, Irak, Irán o Venezuela, y ya ven ustedes.
Lo único malo de aquel lejano norte europeo (y eso no lo hemos percibido directamente ni el alcalde ni un servidor) es que llega el otoño y luego el invierno, la lluvia, la nieve, el frío, la oscuridad y la depresión. Pero entonces muchos noruegos hacen un alto... y se vienen a Canarias. Qué suertudos.
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/sábado 20.08.2011
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