Sí, Rajoy recibió en herencia una situación muy complicada. Zapatero
había manejado fatal el arranque de este ajuste de cuentas que llamamos
crisis, y el estallido de la burbuja financiero-inmobiliaria arrojaba
sobre el país la metralla de una deuda privada, buena parte de la cual
estaba ya convirtiéndose en pública (para eso se había reformado la
inmaculada Constitución, ¿no?). Más aún, el PP rampante heredaba de sí
mismo agujeros tan acojonantes como el generado por la Comunidad
Valenciana o el Ayuntamiento de Madrid. O sea, que tenía tajo por
delante si había de resolver la situación, como había prometido (en
falso) una y mil veces.
El paso de los meses está convirtiendo la
herencia recibida en una excusa de los actuales administradores, que
pretenden seguir achacando a sus predecesores lo que ya es consecuencia
directa de sus propios actos. La Reforma Laboral, por ejemplo, ha venido
seguida de una destrucción de empleo sin parangón. La recesión es cada
vez más profunda. La deuda pública ha crecido en proporciones superiores
a las que se conocieron antes del 2011. El desplome económico ha creado
un círculo vicioso de caída de ingresos, descenso del consumo, cierres
empresariales y empobrecimiento general. Aquella pésima herencia es
ahora un desastre mucho mayor.
Pero Mariano Rajoy no sólo heredó
ruinas. Ni mucho menos. A él le llegó un país dotado de muy buenos
servicios públicos, uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo,
una educación más que aceptable (con una Universidad barata pero eficaz,
como comprueban ahora en Alemania y otros países receptores de nuestros
titulados) y unas infraestructuras de primera, perfectamente validas
para desarrollar la economía productiva. Por desgracia, todo esto está
siendo derruido con una alegría y una fruición que dejan pasmado a
cualquiera.
A estas alturas, la herencia recibida no puede ser la
coartada para dejar a España sin futuro. Si Rajoy (como le pasó a
Zapatero) no sabe salir del berenjenal, que se vaya; y en todo caso, que
afronte de una vez su responsabilidad. Vale ya de niñerías.
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