Hay vecinos del nuevo Sur de Zaragoza a quienes les salen ronchas
cuando alguien (por ejemplo este servidor de ustedes) intenta
aproximarse a su realidad para definirla y analizarla. Pero, en lo que a
mí respecta, cuando hago tal cosa no es ni por dar la vara ni por
despreciar a nadie. Valdespartera, Rosales y Arcosur, como Montecanal y
los entornos de barrios meridionales más antiguos, constituyen a fecha
de hoy un perfecto ejemplo de contraplanificación o de planificación sin
más objetivo que hacer caja (fuese para ciertos particulares o para las
propias instituciones). Ahí están los efectos de la burbuja
inmobiliaria: viviendas caras (incluso las VPOs), lejanas, algunas de
ellas de mediocre o pésima calidad, dejadas fuera de una trama urbana
reconocible y coherente. Nada, es cierto, que no formase parte del
procedimiento habitual en la capital aragonesa o en el resto de España;
sólo que en este caso, el fenómeno ha sido tan rápido y caótico, tan
manifiestamente especulativo, que sus consecuencias van a ser
especialmente duras.
El absurdo mito de una Zaragoza de un millón
de habitantes se ha disipado. La huida hacia los acampos choca ahora
con la existencia de decenas de miles de pisos vacíos (cuyo precio cae
sin cesar) en barrios tradicionales que ya disponen de los servicios
básicos y que están integrados en la ciudad consolidada.
Zaragoza
se ha desarrollado desde los años Sesenta del siglo pasado (o incluso
desde mucho antes) de acuerdo con los intereses de los propietarios de
suelo y de los grandes promotores-constructores. La llegada de la
democracia no cambió un aspecto tan decisivo de la gestión municipal. El
vecindario ha tenido que bailar siempre al son que tocaban los cárteles
inmobiliarios. Pero el volumen de la última burbuja ha superado
cualquier récord.
El Ayuntamiento (y el Gobierno de Aragón)
programaron la expansión por el Sur sin prever nada, sin calcular los
costes reales en nuevos servicios y equipamientos. Así, las autoridades
colaboraron con los promotores (algunos de ellos gestoras de
cooperativas supuestamente sociales) en un engaño masivo a los
habitantes de ese Sur vendido como una paradisiaca ciudad futurista. La
realidad es otra: ni colegios ni centros de salud ni farmacias ni
lugares de encuentro. Sólo ha faltado lo de Remar.
Como reacción necesaria, el Sur contempla la emergencia del movimiento vecinal más combativo que existe en Zaragoza. El tándem Belloch-Pérez Anadón
lo tiene crudo. Y el Gobierno de Aragón (responsable de sanidad,
educación y servicios sociales), también. Tenemos un problema muy serio.
Unos pocos ganaron mucho dinero. Y muchos (a la postre todos los
zaragozanos) habremos de pagar por ello. Es la ley de la especulación.
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