En Túnez se respira una extraña atmósfera. No pasa nada (o casi nada) pero algo va a pasar. La revolución que derribó a Ben Alí
ha derivado en un Gobierno Provisional y una Asamblea Constituyente,
sumidos hoy en oscuras maniobras políticas. No llegan turistas. En las
ciudades, las embajadas occidentales y los edificios de la
Administración aparecen rodeados de alambre de espino. La crisis
económica es profunda. Células durmientes salafistas despiertan aquí y
allá (en la provincia de Kasserine, en las estribaciones del Djebel
Chaambi, se libra una oculta guerra sucia). En las calles la vida se
desenvuelve en medio de un caos inaudito... Tengan por seguro que las primaveras árabes,
saludadas con tanto entusiasmo en Occidente, no fueron sino un
espejismo. Tal vez las primeras movilizaciones populares, impulsadas por
las ilustradas clases medias urbanas, tuvieron la democracia como
objetivo. Pero ahora emerge con fuerza el populismo islamista. Vuelven
el velo y las barbas, las estridentes llamadas a la oración, la presión
social contra cualquier costumbre liberal. En Kairuán, en el precioso
café de la Kashba, las parejas de novios que pueden permitirse el lujo
toman el té mientras hacen manitas. Solo manitas. Ningún hotel admite
parejas de tunecinos si estos no demuestran, libro de familia en mano,
que están debidamente casados.
No les cuento esto para
consolarles de nada. El domingo, al volver a España, lo primero que me
encontré fue con una maestra en paro que pedía limosna saltando de tren
en tren en las líneas de Cercanías. Luego, en poco más de 24 horas, me
metí entre pecho y espalda las declaraciones de Montoro sobre el presunto incremento
de los salarios, los últimos datos relativos al escándalo de Plaza, la
documentación que prueba cómo Tata-Hispano fue hundida desde dentro, el
desmantelamiento de los equipos de radiodiagnóstico en el centro de
especialidades del barrio zaragozano de San José... Y me di cuenta, una
vez más, de que en todas partes cuecen habas. Lo cual, por cierto, no
sirve de consuelo alguno cuando son las tuyas las que están en el
caldero.
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