¿Cuánto nos cuestan determinados puestos de trabajo creados por iniciativa de las administraciones? Algunos, cientos de miles de euros, incluso
millones. Increíble pero cierto. Convengamos en que las instituciones
pueden (y deben) generar empleo directamente, contratando personal para
los distintos servicios públicos (con claros objetivos previos y un
riguroso proceso de selección, se comprende), o bien indirectamente,
favoreciendo de manera transparente y sensata la iniciativa privada (que
no es regalando subvenciones ni arrasando los derechos de los
trabajadores). La lógica más elemental impone en todo caso una severa
economía de medios y una relación adecuada entre el coste por cada nuevo
trabajador, la rentabilidad social de las inversiones y el retorno que
produzca el gasto. ¿A cómo salieron cada uno de los empleados que hubo
en el inútil aeropuerto de Huesca (donde hay que meter cada año más de
dos millones en mantenimiento)? ¿Y los efímeros contratos obtenidos en
las cuencas mineras turolenses a golpe de ayudas multimillonarias? ¿Y
los que puedan crearse en Caudé o Motorland?
La cosa tiene su
punto sádico. De repente, uno se da cuenta de que el erario público ha
puesto alrededor de 30 millones (por poner una cifra correspondiente,
millón arriba o abajo, a cierto aeródromo destinado al desguace y
mantenimiento de aeronaves), y se aspira a crear allí, a medio plazo, 20
o 30 y quizás 40 empleos directos e indirectos. Vista la relación
coste-beneficio, parece borde que los trabajadores beneficiados (si lo
son) tengan que currarse la página en lo sucesivo, cuando la pasta en
juego, bien invertida, les permitiría vivir de puta madre el resto de
sus días como rentistas.
Claro que, visto lo visto en Plaza, a lo
mejor resulta que lo de los puestos de trabajo a millón tiene otra
lectura: la referida a quienes cortan la pana y pillan en cada tajo. Ya
ven que todo tiene dos caras... o una cara y un culo, como las monedas.
En fin, con su permiso aprovecho el Pilar para hacerme un homenaje. ¡Hasta la semana que viene!
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