Mientras nos concentrábamos ante el Instituto Francés de Zaragoza para solidarizarnos con los colegas de Charlie Hebdo,
amigos y compañeros me preguntaban (y se preguntaban a sí mismos) sobre
la posibilidad de que el yihadismo acabe por imponer la ley del
silencio sobre los periodistas hasta apagar definitivamente nuestra
capacidad crítica y nuestro compromiso con la verdad. "No --les
contesté--, no creo que eso sea posible. Este oficio implica una obvia
relación con el riesgo y una mínima capacidad de afrontar las amenazas".
Y si es cierto, añado, que el relativismo (la banalización, más bien)
se ha infiltrado en nuestro ideario básico, no es menos verdad que
ninguno de nosotros puede ignorar que esta no es una profesión neutra;
por el contrario, contiene unos fortísimos componentes de compromiso y
militancia. Por eso gritamos "Je suis Charlie", como un desafío a los
torpes asesinos.
Los islamistas más radicales (Al Qaeda y el Estado Islámico) aplican
hoy una estrategia destinada a eliminar de raíz no ya las aproximaciones
críticas a lo que significan ellos y la religión que supuestamente les
inspira, sino a cualquier noticia que no esté sometida a sus estrictas
reglas, o (mejor aún) que no proceda de sus propias fuentes. Por eso el
secuestro y la ejecución filmada de periodistas, las amenazas constantes
y el control de los llamados "agujeros negros" (Siria, el norte de
Irak, Libia, el Afganistán bajo dominio talibán, la Somalia sometida a
la milicia de Al Sabah, el Sahel africano y el norte de
Nigeria, etcétera) se han convertido en un fenómeno que sin duda
condiciona el flujo informativo. Pero tal situación, con momentos tan
duros e incomprensibles como el ataque a la sede parisina de Charlie Hebdo,
no puede ni debe amilanarnos. Por otra parte, el yihadismo no es el
único enemigo al que hemos de enfrentarnos. Estados terroristas, el
crimen organizado, servicios de inteligencia y poderes institucionales o
fácticos de toda clase están ahí, dispuestos a presionarnos con la más
descarnada violencia o con mecanismos intimidatorios más sutiles e
incruentos pero no menos eficaces. Sin embargo, hemos de resistir y
sobreponernos al miedo. La boca de fuego de un kalashnikov o las
"advertencias" del alcalde de cualquier pueblo no pueden hacernos
renunciar a lo que es el fundamento de la vocación que nos impulsa: el
ejercicio profesional de la libertad de expresión e información, un
derecho fundamental que no es solo nuestro sino de toda la ciudadanía...
pero que nosotros gestionamos en buena medida. Si no lo hiciésemos,
¿para qué habríamos de existir?
No pensemos que somos los únicos. Desde los médicos que combaten el
ébola en África hasta los guardias civiles que realizan rescates en la
alta montaña, pasando por los pescadores, los mineros, los albañiles,
los bomberos y un sinfín de oficios más, somos muchos los sometidos a
cierto nivel de peligro. Pese a todo, hemos de cumplir con nuestro
(magnífico) deber.
Los informes de la Federación Internacional de Periodistas y de
Reporteros sin Fronteras describen un mundo en el que abundan los
lugares y las situaciones cargadas de riesgos. Periodistas mexicanos,
rusos, egipcios, ucranianos, chinos, colombianos... o los enviados
especiales a zonas de conflicto se juegan el tipo. Dibujar una
caricatura sin moverse de París o Copenhague también puede ser letal.
"Quizás --dicen los contemporizadores-- deberíamos ser respetuosos con
ciertas manifestaciones religiosas; o entender las particularidades
culturales de algunas sociedades". Entonces... ¿cómo distinguir esa
concesión, tan razonable, de una rendición incondicional ante los
intolerantes y los fanáticos? No, yo reivindico el derecho a ironizar
sobre las religiones, y más si pretenden convertir sus mandamientos y
dogmas en ley de obligado cumplimiento. Yo soy Charlie con todas sus
consecuencias. Frente al islam, el cristianismo o cualquier religión (o
ideología), reivindico mi laico y democrático derecho a informar y
opinar con veracidad e intención crítica. Respeto la práctica privada de
cualquier credo. Pero rechazo toda imposición sobre mi conciencia
racionalista y mi actitud irónica. Ya vivimos en nuestro propio país
tiempos de amenaza y represión, ya aprendimos que cada día está cargado
de advertencias e imposiciones. Por eso la yihad tampoco nos
atemorizará.
Presidente de la Asociación de Periodistas de Aragón
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