Una epidemia de helenofobia rabiosa recorre los ámbitos
conservadores. En España, donde los reaccionarios tienden a la histeria,
abundan los portavoces, expertos, dirigentes y trolls internáuticos que truenan contra Grecia (Guindos,
nuestro ministro de Economía, se mostró especialmente duro al respecto
en la reunión del Eurogrupo celebrada esta misma semana).Todos ellos han
saludado con entusiasmo el retroceso de la Bolsa de Atenas y el aumento
de la prima de riesgo. Quieren más: que Syriza muerda el polvo, que el
pueblo griego sea humillado, que la Troika no tenga compasión, que el
escarmiento deje al resto de Europa vacunado contra cualquier aventura
no bendecida por los mercados. El hecho de que el Ejecutivo presidido
por Tsipras haya anunciado su determinación de acabar con la
corrupción y el fraude fiscal (dos medidas esenciales para asear y
modernizar aquel país) no ha provocado simpatía alguna. A la postre,
cuando los neocón evocan los pecados de Grecia no piensan en los
navieros o la poderosa Iglesia Ortodoxa, que jamás pagaron impuestos, ni
en el Ejército, cuyas compras de material bélico tanto contribuyeron a
disparar la deuda, ni siquiera en excesos absurdos como aquellos Juegos
Olímpicos que costaron una fortuna... ¡Ah, no!, lo que les viene a la
cabeza es la osadía de los trabajadores, pensionistas y funcionarios
helenos, que pretendieron vivir como europeos. ¡Los muy ilusos!
Supongo que, al final, en la UE se impondrá la sensatez y el diálogo con
Grecia (y con el conjunto de países, España incluida, sometidos al
implacable rigor del ajuste y abrumados por la codicia de los
acreedores). Porque si no es así, si la Unión se empeña en acabar con
las virtudes europeas (redistribución, equilibrio, regulación y
democracia social) para precipitarnos al abismo distópico de la
desigualdad y la pobreza, entonces, damas y caballeros, habrá que
pensarse si la oferta nos interesa o no. Jamás pensé que un europeista
como yo se plantearía tal dilema. Pero tampoco creí nunca que epidemías
como la helenofobia extenderían entre nosotros sus miasmas... tan asquerosos y miserables.
JLT 31/01/2015
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