Tiempo de obviedades. Hay que luchar contra el terror yihadista y sus
fanáticos agentes. Pues claro. La clave está en cómo hacerlo para
obtener buenos resultados. ¿Bombardeando con nuestros reactores de
última generación? Sí... si se sabe dónde, cómo y para qué. Desde el
11-S del 2001, sobre el teatro de operaciones que va desde Asia Central
al Mediterráneo han caído (por cuenta de Estados Unidos, Israel,
diversos países europeos y algún gobierno local) enormes cantidades de
bombas, misiles y artefactos letales de todo tipo. ¿Y? El problema no
sólo radica en los famosos daños colaterales (decenas de miles de
inocentes muertos y millones de desplazados), sino en la inutilidad de
tal apocalipsis. Las cosas van cada vez peor. Por si Al Qaeda y sus
franquicias eran poca amenaza, ahora ha surgido el Estado Islámico. Se
ha desencadenado una guerra poliédrica en gran parte del ámbito
islámico. El enfrentamiento entre sunníes y chiíes, interactúa con los
viejos conflictos en Kurdistán, Palestina, Yemen y Magreb-Sahel. En
buena medida, Occidente sembró esos vientos. Ahora, los efectos de la
tempestad nos alcanzan sin remedio.
Para luchar contra el fanatismo yihadista es preciso convertir la
libertad en un baluarte, la piedad en un argumento y la inteligencia en
un arma decisiva. El Estado Islámico utiliza vehículos, equipos de
comunicaciones y armas fabricados en países no musulmanes. ¿Cómo han
llegado a su poder? ¿Cómo transporta y vende el petróleo de los pozos y
refinerías capturados? ¿Cómo recibe y mueve los fondos procedentes de
organizaciones privadas de Arabia Saudí y Emiratos?
Restringiendo nuestros derechos constitucionales o desplegando en las
ciudades de Europa soldados armados hasta los dientes no se lucha
contra el terror, se le hace el juego. Hay que potenciar los recursos
policiales, investigar, encontrar aliados entre los magrebíes y árabes
laicos (no entre las malditas monarquías wahabíes), estudiar las
implicaciones estratégicas de cada movimiento... y no convertir la
simplificación del problema en un ejercicio de oportunismo político
(como hace ahora Hollande). Es obvio.
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