Ya no importa tanto que haya bajado en paracaídas ni que su presencia
en la futura candidatura de Podemos por Zaragoza ponga en evidencia
aquellas primarias de cartón piedra. Todo esto pasa hoy a segundo plano,
cuando José Julio Rodríguez está siendo objeto de mil
ataques por parte de la misma derecha que hubiera aplaudido su entrada
en política... a condición de hacerlo en las filas del PP o de
Ciudadanos. Es acojonante que en un país donde se toleran (más o menos)
los desahogos fascistoides de los militares más tronados, donde se
silencian los casos de corrupción en el seno del Ejército y del complejo
industrial anejo, donde los abusos de poder y el acoso sexual se zanjan
expulsando a las víctimas, donde, en fin, un manto de silencio disimula
cualquier inconveniencia... el malo de la película sea un general que
ha tenido el valor de comprometerse con un partido de izquierdas.
En las últimas 72 horas, de Rodríguez se ha dicho de todo. Su
biografía profesional y personal ha sido escrutada a la búsqueda de
cualquier borrón. El Gobierno, obviamente encabronado, le cesó el
viernes a título imaginario (cesarle... ¿de qué?), antes de atender su
previa y reglamentaria solicitud de salir de la reserva para poder ser
candidato. TVE dio esta noticia de la forma más improcedente. Uno veía
el demencial akelarre y no podía por menos que empatizar con alguien
capaz de meterse en una situación donde tiene tanto que perder y tan
poco que ganar, salvo la satisfacción de ser coherente con sus criterios
políticos.
En esta España abducida por la amnesia y la mentira, la existencia de
militares demócratas y progresistas es uno más de los muchos agujeros
negros que perforan el pasado reciente. Desde Riego
hasta los de la UMD, una larga estela de nombres y hechos jalona la
alianza entre ciudadanía y milicia. El franquismo, claro, se aplicó a
borrar el recuerdo de aquellos generales y oficiales. Aunque parezca
increíble, las izquierdas más duras han interiorizado y asimilado esa ignorancia forzada.
Podemos, ciertamente, está cogida en su propia trampa (además de ser
objeto de un campaña de descrédito como no se había visto desde la
Transición). Sus iniciales deslices antipolíticos, la demagogia en
relación con cargos, sueldos y coches oficiales (¡la casta!) les pasa
factura. Como sus renuncios en materia de democracia interna.
Pero no es menos verdad que si un partido aspira a ser alternativa
tiene que contar con personas honestas, que además posean una alta
cualificación profesional: técnicos del Banco de España, inspectores de
Hacienda, economistas, ingenieros, diplomáticos, juristas... militares.
Como Rodríguez. Al que, visto lo visto, el valor no se le supone. Lo ha
acreditado.
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