Ha sido una cosa alucinante, surreal. Cuando el Parlament, perfectamente partido por la mitad, aprobó-rechazó la desconexión,
resultaba difícil creer que aquello fuese en serio. Pero a los
independentistas se les veía muy campanudos haciendo historia. Vean el
contexto: crisis, corrupción generalizada, aún no se sabe quién ni cómo
será el president de la Cataluña que se desconecta, existe la posibilidad de ir a nuevas elecciones al Parlament
en las próximas semanas, el proceso secesionista ha sido aprobado en
solitario por dos fuerzas políticas (una de ellas, inestable amalgama de
diversos partidos y plataformas sociales) que en septiembre no
alcanzaron ni el 50% de los votos... y ayer, mientras el futuro nuevo
estado nacía (o era concebido, que no está claro), en la calle había
cuatro gatos agitando esteladas mientras el resto de los catalanes hacía
su vida habitual cual si no pasara nada. Ha sido, sí, un suceso
anormal, ridículo; un alarde... de españolismo.
Es inimaginable que se pueda proclamar la independencia de un país en
esas condiciones. Pero el nacionalismo catalán ha fabricado su
argumentario clonando del más rancio nacionalismo español la pulsión
autoritaria, el desprecio por las reglas democráticas y obviamente la
negación de toda disidencia. Por eso la interactuación entre Rajoy y Mas
ha sido perfecta. El primero, cerrando los ojos a la magnitud del
problema (la pulsión separatista de una parte significativa de la
sociedad catalana) y negando cualquier alternativa homologable,
a la canadiense o la británica. El segundo, buscando su supervivencia
política en ese proceso trucado que pretende construir un estado sin
legitimidad de ningún tipo y contra la voluntad declarada (en las urnas)
de más de la mitad de sus habitantes (¿o no fue por eso que Junts pel
Sí votó ayer contra la propuesta de Catalunya Sí que es Pot a favor de
una consulta reglada?).
Pero así el del PP está a un paso de ganar las próximas generales en
nombre de la unidad patria, y el de Convergencia se ha librado del
desastre político (no descarten que acabe siendo president pese a la CUP). España pura y pícara, ya digo. La peor España.
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