sábado, 14 de noviembre de 2015

Y luego está la condición humana 20151114

Es imposible no reparar en que, tras las manifestaciones contra la violencia machista celebradas hace una semana (especialmente la gran marcha llevada a cabo en Madrid), el asesinato de mujeres se ha multiplicado en estos siete días, de tal manera que cualquiera podría suponer la existencia de una ciega rabia exacerbada por la misma protesta. Como si entre los malditos amos y verdugos hubiese corrido un llamamiento al crimen inmediato, una consigna al estilo de las que proclaman las webs yihadistas cuando convocan al degüello.

El fenómeno resulta de lo más turbador. Los periodistas solemos debatir entre nosotros y con otros profesionales de la comunicación y la sociología acerca de los límites que exigen algunas informaciones. Porque sabemos (yo lo sé por experiencia propia) que ciertos actos, difundidos por los medios, provocan de inmediato réplicas o imitaciones. Los suicidios, sin ir más lejos. Aunque siempre asumimos que tampoco es posible silenciar sucesos de ese tipo si alcanzan la categoría de fenómeno que trasciende los límites de lo personal para convertirse en expresión de un problema social o en una lacra que debe ser denunciada en público y combatida. Por ejemplo cuando la gente empieza a quitarse la vida tras un despido, un desahucio, una inmersión súbita e inevitable en la pobreza. O cuando miles de mujeres son victimadas cada año por sus parejas que las acosan, las menosprecian, las maltratan, las golpean y las matan. No es fácil, sin embargo, hacerse a la idea de qué es lo correcto a la hora de convertir ciertos hechos en noticia. O cuál puede ser el procedimiento adecuado para evitar que tales hechos se repitan una y otra vez.

La condición humana es así. Oscila entre lo mejor y lo peor. La solidaridad y el egoismo, la generosidad y los celos, el amor y el odio. Suponemos que la política y los políticos tienen los medios (y la obligación) de evitar el mal y fomentar el bien. Pero ese poder y ese deber son cosa de todos. Y no basta con bajar a la manifestación convocada. Además es preciso combatir segundo a segundo, día a día, contra lo peor de nuestra condición.

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