Que no, que no bajarán del cielo ángeles y arcángeles capaces de
iluminar y transformar la oscurecida política española. Si alguno de
ustedes creen que Podemos o Ciudadanos, por su naturaleza juvenil y fresca, van a darle la vuelta a la situación ipso facto, lo tienen claro. Lo cual, por cierto, no significa que los nuevos
partidos (cuyas circunstancias, además, son bien distintas) no sean un
fenómeno muy interesante y sin duda positivo; pero milagros no harán. Es
imposible.
No se angustien por ello. La vida consiste, entre otras cosas, en
superar con ecuanimidad los desengaños grandes y pequeños. Sin
aspavientos ni victimismos ni pendulazos.
Verán. Cuando a finales de los Sesenta pasé de la cándida
adolescencia a una apasionada e insurrecta juventud, me influyeron
simultáneamente lecturas, músicas y películas que llenaron de novedad y
color mi vida de chico español de provincias. Los libros de reportajes
de Reed, las apasionantes memorias de León Bronstein Trotski, la poesía combativa de Hernández y Neruda, los panfletos fílmicos de Eisenstein... Pero también los escritores de la generación beat (Kerouac, Ginsberg, Burroughs),
el rock, el mejor Hollywood. Ahí me enganché a la psicodelia y el
socialismo, a la libertad sin freno y la fe revolucionaria. ¿Qué otra
cosa cabía hacer a los dieciocho años en aquella horrible España?
Luego, claro, leí a Solzhenitsyn, a Koestler y a London.
Supe de los horrores del estalinismo. Transité por el camino de la
decepción y el escepticismo. Y no hace mucho ha caído en mis manos la
autobiografía de Carolyn Cassady, la esposa de Neal Cassady
(personaje que inspiró novelas y poemas), la amante de Jack Kerouac, la
amiga de Allen Ginsberg... Y su testimonio describe no a los héroes
culturales que yo suponía, sino a unas mujeres y hombres (empezando por
ella misma) llenos de limitaciones, complejos, egoísmos y fobias. En
algunos momentos, unos auténticos mierdas.
Pero, qué quieren que les diga... No he renunciado a mis esperanzas y
aficiones juveniles, al menos no del todo. No sufro ni lloro. A la
postre, siempre supe que los ángeles no existen.
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