La Comisión de las Cortes que investiga el barullo de Plaza se está
embarullando tan guapamente. Normal: intentar resolver los entuertos de
la plataforma logística sin documentación precisa, sin un trabajo
técnico previo y sin enfoques coherentes es misión imposible. Pero por
debajo del drama se esconde otra razón que echa por tierra la pretensión
de aclarar cosa alguna: quienes participan en esta encuesta
parlamentaria son reos a la vez que acusadores. Si ponemos las cartas
boca arriba, hemos de convenir en que todos (y lean bien: todos) los
integrantes del consejo de administración de la sociedad pública
desatendieron sus obligaciones, aceptaron estar en la inopia, no
quisieron saber nada, permitieron que les presentarán las cuentas a lo
Gran Capitán y se dejaron llevar por aquella euforia autoestimativa que
reinó en los años de las vacas gordas. La mayoría de los partidos
políticos presentes en esas Cortes investigadores mandaron
representantes suyos al máximo órgano de gestión de Plaza... a no hacer
ni ver ni entender. De las cajas de ahorro, mudos testigos del
desaguisado, no digo más. También se lucieron. Veredicto: entre todos la
mataron y ella sola se murió. Pobrecita Plaza.
Escuchar a los testigos
que desfilan ante la comisión es un flipe. Entre evasivas y silencios,
sus explicaciones sobre cómo una obra tasada y presupuestada llega a
doblar o triplicar su precio llenan de pasmo: que si los bomberos, que
si las especificaciones... total, quince milloncejos de sobrecoste. Y Bandrés, jurando que antes de ir al Zaragoza no conocía de nada al bueno de Agapito. Qué cosas.
Dado el bajo nivel de tensión parlamentaria que existe en nuestras
Cortes y la soledad en que habitualmente ejercen su labor los
portavoces, de la investigación en curso y de la que tiene por objeto la
asombrosa ruina de la CAI no cabe esperar gran cosa. En todo caso,
estos asuntos están ya en los tribunales de justicia, a los que se
supone mayor capacidad para resolver jeroglíficos de tal especie. El
parlamento aragonés solo ha de dilucidar responsabilidades políticas.
Las suyas, las de sus señorías... naturalmente.
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