Lo que pasó ayer estaba cantado. En Madrid, la inmensa mayoría del
Congreso votó a favor de la ley de abdicación, lo cual fue escenificado y
vendido a la opinión pública como una solemne renovación del
consenso monárquico. En Zaragoza, la jugada del misterioso jeque que va
financiar la compra de nuestro primer exequipo de fútbol se enredó aún
más. Me anticipo a reconocer que ambos sucedidos no son comparables en
cuanto a transcendencia e impacto. Pero forman parte de esa crónica
anunciada que ciñe nuestras vidas a una lógica cada vez más absurda.
¡Ah!, y si les extraña que llame nuestro al Real Zaragoza,
también he de aclararles que, aunque no lo sea en el plano legal, hemos
metido ahí (a escote) mogollón de millones, como si lo fuera. O sea, que
seguimos inmersos en la locura institucionalizada. Aún dirán que
Podemos y los demás rojeras (o rojiverdes o rojinegros o arcoiris)
proponen imposibles. ¡Pero si la imposibilidad está instalada en este
país desde hace lustros!
Me escriben y llaman ciertos ciudadanos
para hacerme notar que lo del Zaragoza o lo de Plaza (que son dos
barullos conectados entre sí) o lo de Motorland (que cualquier día de
estos se nos abre por las costuras de su insostenibilidad) o lo de las
depuradoras, las comarcas, La Muela y el sursum corda no son fenómenos
exclusivos de Aragón. Vamos, que todos los equipos de fútbol profesional
son una ciénaga donde oscuros personajes engañan al fisco, obtienen
prebendas y chupan del bote dejando tras de sí inconmesurables agujeros.
Y por la misma regla de tres, todas la autonomías y ayuntamientos de
algún fuste compiten por ver cuál de ellos cuece las habas en un caldero
más gordo. Y mira Baleares, mira Valencia, mira la Andalucía del ERE,
mira Madrid, los cursos ficticios, la Gürtel, el Pokemon (que se ha
llevado por delante al grupo municipal pepero en Santiago de Compostela,
alcalde incluido), el desfase del AVE, la Biblia en verso. Cierto, les
respondo. Solo que yo contemplo mi entorno, y a él me refiero de manera
preferente. Además no me consuela, pero nada, que el merdé esté
generalizado. Peor todavía.
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