Presumir de apolítico resulta ridículo. En los modelos sociales más
ajustados a los actuales paradigmas (por ejemplo el norteamericano),
quienes se ausentan a la hora de votar son carne de cañón: los
desheredados, los que han perdido el tren, las que se quedan en el lado
malo de la brecha (digital, económica, cultural). Al inhibirse dejan de
influir. Y si ya no influyen, nadie les ha de hacer caso. La abstención
no tiene sentido cuando el mecanismo democrático aún funciona, aunque
sea con el piloto automático. En las elecciones españolas sigue habiendo
opciones para todos los gustos. El reciente reflujo de las izquierdas
ha evidenciado que sí es posible trastornar las agendas de los
superpoderes. Por eso, decenas de bienpagados asesores (no de los jefes
políticos, sino de los jefazos económicos) estudian hoy el fenómeno
Podemos para intentar adivinar sus posibilidades futuras. Los de arriba
están inquietos.
Leo a menudo comentarios que dan por hecho un
control del Sistema férreo, astuto, anticipador e insoslayable. La vieja
bobería del "atado y bien atado". Pues no, amigos, atado no hay nada.
Si cualquiera puede ir al colegio electoral, meter en el sobre la
papeleta que prefiera y sumar su voz al enorme coro ciudadano, nada
puede darse por seguro. La Transición está acabada, vale. Se dibuja una
nueva fase, una nueva etapa, como quieran llamarla. Pero si los cambios
han de ser para bien no será sólo porque eso que Pablo Iglesias llama la Casta
se hunda en su particular crisis, sino por la movilización popular en
la calle... y en las urnas. El absentismo, ese dejar que otros
(partidos, sindicatos, organizaciones de cualquier tipo) resuelvan profesionalmente
los asuntos públicos mientras yo me ocupo de lo mío y a mi aire, nos ha
traído hasta aquí. Existe una indudable responsabilidad colectiva que
no se zanja echándoles la culpa a los jefes, por mucho que éstos puedan
ser unos incompetentes o unos sinvergüenzas.
Quienes pasan de
todo no pueden aspirar sino a ser objetos pasivos. Actuar cívicamente es
un deber, una necesidad. Aunque sólo sea votando cada cuatro años.
Claro que sí.
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