De Venezuela se habla mucho. Sobre todo desde que motejar a alguien de bolivariano
se ha convertido en un nuevo insulto político... en España. Y un
servidor, cuando surge el tema, se tienta la ropa y argumenta con
prolijas explicaciones, porque actualmente en casi ningún conflicto hay
bando bueno. Malo era Sadam Hussein, malo es el sirio Assad, y también Putin,
el nuevo zar de todas las Rusias... Pero malos, muy malos, han sido los
dirigentes occidentales que entraron a sangre y fuego en Irak, los
aprendices de brujo que desde EEUU y la UE desestabilizaron Siria
haciéndoles el juego a los criminales yihadistas. Malas las milicias
prorrusas, malo el Gobierno ucraniano... En fin, si les digo mi
impresión, allá, en Venezuela, el régimen chavista es un desastre y la
oposición... un desastre quizás mayor.
Los indudables éxitos electorales de Chávez y de su sucesor, Maduro,
no se entienden sin conocer la situación previa de Venezuela, un país
cuyos recursos (sobre todo el petróleo) eran manejados por una élite de
empresarios, profesionales e intermediarios incapaces de dejar ni unas
migajas al resto de la población. La corrupción y la desigualdad crearon
las condiciones para que el chavismo triunfase en las urnas una y otra
vez. Y el nuevo régimen se afianzó (pese a las intentonas golpistas)
porque al menos repartió algo: colegios, dispensarios médicos en los
barrios, mejoras salariales... En el 2002-2003, el primer paro cívico contra Chávez fue en realidad un lock-out
programado por bancos y grandes empresas que desembocó en el sabotaje
de Pedevesa, la gran compañía pública petrolera. Pero el Gobierno,
apoyado sin duda por una mayoría social, resistió primero y derrotó
después, con la ley en la mano, a una oposición dividida y aferrada a
planteamientos no demasiado democráticos. Fue entonces cuando la
revolución bolivariana se disparó, se endureció y se llenó de tics
autoritarios, respondiendo a la provocación con provocaciones y a los
desafíos con violencia popular. Maduro ha seguido luego una ruta
incierta y viciada, en medio del desabastecimiento y la crispación.
Un mal asunto, un mal modelo.
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