Pueden los griegos permitirse el lujo de votar a Syriza? Tal vez,
pero deberán afrontar unas consecuencias anticipadas ya mediante varios
vaivenes bursátiles, repuntes de la prima de riesgo, amagos en plan
borde de los divinos mercados y advertencias de la Troika, el Bundesbank
y otros amos tenebrosos. ¿Podremos los españoles votar a
Podemos? Los mismos oráculos nos advierten de que hacerlo sería muy
perjudicial para nuestra salud económica. ¿Más perjudicial todavía que
soportar la brutal devaluación interna a la que hemos sido sometidos?
Pues dicen que sí. A la postre, la ciudadanía griega nos lleva no poca
ventaja: ha sido sometida a tal cantidad de putadas que ya tiene
meridianamente claro que puede ponerse el mundo por montera y elegir un
gobierno inconveniente, porque ir a peor resulta imposible.
Los
argumentos del miedo absoluto se deslizan por una espiral sin fin, pues
se supone que por muy mal que estés siempre habrá algo peor. La España
de la posguerra, por ejemplo, se sometió al franquismo cuando este
régimen ya le había causado tantos daños y tan terribles que sólo
quedaba una opción: sobrevivir en cualquier circunstancia. Pero los
traumas actuales, los que nos vienen afligiendo a partir del 2007, no
resisten comparación con aquellos; no parecen tan extremos como para
anular en la ciudadanía el deseo democrático, el gusto por la libertad.
Sobre todo porque la aceptación resignada de las condiciones que impone
una reducidísima minoría de voraces oligarcas financieros y burócratas
políticos (fundidas ambas especies en una sola) nos lleva igualmente al
agujero negro. Lo cual que, de perdidos, al río.
Si no cabe
auditar ni replantear la bestial deuda generada tras años de sucias
operaciones crediticias y de socializar las pérdidas de un sistema
ineficiente y corrupto, quiere decir que ya nos pueden hacer de todo. Y
no cabe duda de que nos lo harán. Aceptando que solo somos libres para
hacer lo que nos manden, además de perder la libertad acabaremos, tarde o
temprano, en lo peor. O sea- en lo peor de lo peor.
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