Mientras Pedro Sánchez capea el temporal como puede y sufre la
destructora conjura de los boyardos, Mariano Rajoy anuncia que él, a
verlas venir. Vamos, que se remite a la pose habitual de observador
lejano, administrando los tiempos a su estilo: a la espera de que los
cadáveres de sus adversarios pasen ante la puerta donde permanece
sentado. La inacción ha resultado ser una táctica capaz (con la
inestimable ayuda de los medios amigos) de disfrazar los recortes, el
espectacular incremento de la deuda pública, los efectos de la
devaluación interna, la corrupción y cualquier otra cosa. Que se muevan,
alteren y peleen entre sí las izquierdas, que ganen terreno los
soberanistas de la periferia, que Bruselas exija más ajustes... El PP
marianista convierte en ventaja cualquier inconveniente.
A
Sánchez, sin embargo, nada le va bien. Si no convoca a las bases le
acusan de secuestrar la voluntad del partido. Si prepara primarias y
congreso le recriminan la supuesta maniobra. Siente sobre sí el furioso
viento del desprestigio que también azotó y azota a su competidor, Pablo
Iglesias, y que antes desarboló a su predecesor, José Luis Rodríguez
Zapatero. Y lo peor de todo es que tiene al enemigo en casa. El PSOE se
ha fracturado y el ala derechista (aferrada al pragmatismo de la
supervivencia individual de cada barón, jefe, jefecillo o muñidor)
carga contra la secretaría general con el aliento y el aplauso de los
comunicadores peperos y los analistas serios.
A Rajoy ninguno de
los suyos osa tocarle. Cuando mete la pata (y la mete mucho) siempre le
hacen el quite. Sus argumentarios son repetidos disciplinadamente por
todos los portavoces oficiales y oficiosos de la derecha, de punta a
cabo de España. Se ha consagrado como el mal menor, la maldición
previsible, la catástrofe natural conocida y por tanto superable. Ha
convertido sus muchos inconvenientes en otras tantas ventajas. ha
logrado imponer su marco y condicionar la comprensión de las cosas.
Sánchez e Iglesias pagan caro cada error e incluso cada acierto. A él le
basta con esperar.
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