Si ustedes se informan de lo que hay a través de los tertulianos habituales en las televisiones adeptas (sí esas en las que Jáuregui y Papell
parecen, por comparación, radicales de izquierda) les presento mis
condolencias. Porque allí se oyen las cosas más extravagantes, sobre
todo cuando algunos de los enteraos explican qué es habitual, o
no, en el resto de Europa. De la Europa rica, ilustrada y germánica,
quiero decir. Así, por ejemplo, el otro día escuché a un colega (en
13TV) afirmar muy solemne que en Alemania la Gran Coalición ha
tenido una aceptación fenomenal y a los socialistas les va de maravilla.
No es así, claro. En la República Federal, los comicios que se van
convocando (el último en Berlín) indican que CDU y SPD, los dos grandes
partidos tradicionales, no dejan de perder peso y el voto se reparte
cada vez más, con ascensos simétricos de la extremoderechista
Alternativa por Alemania (AfD) y de la poscomunista Die Linke (La
Izquierda).
Evidente. En el citado Berlín, la socialdemocracia
germana va a coaligarse con Los Verdes y con La Izquierda para
mantenerse en el poder tras haberse dejado siete puntos en las urnas
(los cristianodemócratas, más todavía). O sea, que en la Europa de la
ortodoxia también cuecen habas y rosas, rojos y morados se juntan porque
es lo natural y porque, además, no tienen otra opción frente a unas
derechas que se deslizan de manera imparable hacia el discurso
populista. En Alemania, a la cancillera Merkel la están desbordando desde fuera y desde dentro de su partido, donde se la considera demasiado blanda a la hora de abrir puertas a los refugiados.
Desconfíen ustedes de quienes les describen interesadamente lo que
ocurre en nuestro entorno. Vean, si no, cómo el Tribunal Europeo le ha
enmendado la plana a la legislación laboral española. O cómo desde
Bruselas otorgan o niegan fondos y dinero según les place. O cómo
algunos analistas extranjeros, tenidos aquí por oráculos infalibles,
desmienten (con los datos en la mano) que la economía española sufra en
exceso por la ausencia de un gobierno plenamente funcional. Todo lo
contrario, dicen.
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