Esa es la cuestión: la lucha por el poder en el PSOE ha acabado
anclándose en una demencial y única cuestión: o Sánchez o Rajoy. Lo
demás, pantomima. Quienes se autodenominan críticos parecen más bien
oficialistas, y viceversa. Quienes niegan el congreso convocado por la
actual Permanente propugnan un congreso... organizado, eso sí, por su
gestora. Y la anomalía definitiva: que 17 selectos cuadros puedan
deponer a un secretario general elegido en primarias por los militantes.
Pero lo que hoy les sucede a los socialistas debe enmarcarse en
la onda que niega la democracia participativa y pretende reducir la
democracia representativa a un ritual de muy escaso valor. Se rechazan o
se falsean las primarias. Se desprecian los referendos y las consultas
directas a la ciudadanía. A la postre, se dice... ¿quién mejor que las
respectivas burocracias (autorreproducidas a través de la habitual
cooptación) para saber qué conviene y qué no a las bases, los electores y
la ciudadanía en general? Por supuesto, el debate, la discusión abierta
y todos los procedimientos habituales de la democracia deliberativa
están siendo desactivados mediante el control político de los medios de
comunicación.
El PSOE ha sido puesto al borde de la escisión. No
porque su secretario general haya hecho nada que no hubiese sido
acordado previamente por el comité federal, sino porque no deja
gobernar a Mariano Rajoy, y cuando se dice gobernar se sobreentiende no
sólo la investidura sino también los presupuestos, las reformas
económicas, fiscales y laborales, los recortes y lo que aconseje la
gobernación del país según la ortodoxia neocón.
Para acabar con
Sánchez sus enemigos internos no han tenido escrúpulos en secundar los
argumentarios del PP, armar camorra en vísperas de las elecciones (que
luego se pierden) o impedir que sean las bases las que decidan. En la
derecha están felices. Aunque les inquieta la posibilidad de que la cosa
vaya demasiado lejos. A ver si este maravilloso lío precipita la
regeneración del PSOE... y se jode el invento.
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