Bueno, cualquiera de ustedes ya ha consumido tantos mensajes
negativos sobre el nuevo partido neoizquierdista, que quizás le
adjudique más bien una naturaleza demoniaca. Pero yo sugiero otro
enfoque. Como no he participado en la cacería impulsada desde el oscuro
corazón de la ortodoxia contra quienes podían venir a perjudicar los
intereses del sistema (los únicos considerados legítimos e insoslayables), como he dejado a un lado ese supuesto deber intelectual de poner a parir cualquier propuesta alternativa... puedo permitirme ver las cosas de forma diferente. Por otro lado, la organización de organizaciones puesta en marcha por Iglesias, Errejón
y compañía ha despertado demasiadas expectativas, ilusiones,
ensoñaciones utópicas y exigencias. De ahí que el análisis de su
evolución tienda a moverse entre categorías celestiales o infernales.
Pero allí solo hay personas humanas metidas en una complicadísima
aventura político-ideológica.
La presidencia de las Cortes de
Aragón, por ejemplo. Le tocaba a Podemos, sí o sí. Por la simple razón
de que ese cargo siempre ha sido cedido al partido cuyos votos eran
decisivos para adjudicar el Gobierno de la comunidad. ¿No sabía eso Echenique cuando negoció con Lambán? ¿O sí lo sabía pero no quiso comprometerse en exceso con los socialistas? ¿O prefirió desentenderse de la presidencia porque Violeta Barba
no era de su cuerda y la quería fuera del grupo parlamentario, sin que
tampoco destacara en el panorama institucional? Sea como fuere, tras una
jugada tan típica y tópica, Barba está donde debió estar desde siempre.
Gracias a un acuerdo entre las izquierdas. Normal.
O lo de
Madrid. El Podemos de Iglesias y el de Errejón pugnan por el control
orgánico. En el pulso se mezclan sesgos ideológicos, propuestas,
pasiones, amores y desamores. El partido se agita en el paso de la
cándida adolescencia a la realidad de una juventud avisada. Todo muy
humano y nada angelical. La clave está y estará en la democracia
interna, en la inteligencia y la transparencia. Es lo único que les
diferenciará, para bien, de otras marcas. El cielo, sí, queda muy lejos.
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