La semana pasada hizo público la CEOE un informe sobre el sector público. La conclusión del mentado panfleto es que, durante los últimos treinta años, en España han aumentado de manera relevante las plantillas de las diversas administraciones y, claro, a la patronal esto no le gusta; preferiría volver a la situación de hace tres décadas.
El presidente de la citada CEOE, Joan Rosell, estuvo luego en el programa de TVE 59 segundos donde hizo unas declaraciones estremecedoras. Reivindicó el contrato laboral libre cien por cien (o sea, sin ningún código previo de derechos a favor del trabajador), insistió en las ventajas de los minijobs (empleos supereventuales con sueldos por debajo del salario mínimo) y vino a decir que para atajar el paro es preciso facilitar al máximo el despido, en un retorno al capitalismo primitivo, a la jungla económica, a la barbarie.
El caso es que España, de la misma forma que tiene (por insistir en el tema) el más bajo gasto sanitario por habitante tras Grecia y Portugal, es también uno de los países europeos con menor número de funcionarios. En proporción, tenemos bastantes menos que Alemania, Francia u Holanda. Más aún: no es cierto que el sector público español arrastre unas plantillas inalterables, porque una cuarta parte de sus empleados carecen de categoría funcionarial y sí pueden ser despedidos, como le gustaría a Rosell.
Se pretende desprestigiar a los funcionarios ante los trabajadores del sector privado, a quienes tienen empleo ante los que están en paro, a los asalariados que aún perciben sueldos dignos ante aquellos otros que ya están por debajo del mileurismo. Y encima hay pobre gente que traga, que da por bueno el desmantelamiento de los servicios públicos, que asiente cuando los nuevos gobernantes españoles (como la presidenta de Aragón) anuncian su intención de aplicar los criterios neocón con vaselina... o sin ella.
Naturalmente este empobrecimiento sistemático nos lleva de cabeza a la recesión. Sin consumo interno habrá más paro, y con más paro descenderá el consumo interno. Eso sí, ser rico (pero rico de verdad, no mindundi) volverá a estar lleno de alicientes.
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/lunes 19.12.2011
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