Esto del tranvía da malagana. Cualquiera en su sano juicio hubiese dejado de dar la vara con un proyecto que ya es realidad, que tiene un mecanismo de explotación económica viable (al menos tan viable como cualquier otro sistema de transporte público), que está homologado con las prácticas de otras muchas capitales europeas (y de los demás continentes) y que deja en Aragón buena parte de su inversión, creando empleo y promoviendo el proceso innovador de CAF, una de las pocas industrias punteras de gran envergadura que nos queda viva. Pero no, la derecha española (la de Aragón, la más famosa) es pertinaz, impertérrita y dura de pelar. Las izquierdas o pseudoizquierdas, ya se sabe, se dejan arrastrar al barrillo, tienen buenas tragaderas, quieren estar en el ajo y asumen el pragmatismo cuando no chaquetean descaradamente; pero la onda conservadora es de sostenella y no enmendalla, antes muerto que mudado. Por eso nuestra vida política sólo tiene paz cuando gobierna la gente de orden, los señores de toda la vida. Y por eso la derecha de Aragón la emprende con el tranvía en cuanto puede. Porque los reaccionarios quieren imponer su criterio caiga quien caiga. Porque Zaragoza es la única gran ciudad que todavía no gobiernan, lo cual les resulta intolerable (y mira que Belloch les bailó el agua cuanto pudo; pero ellos no quieren el poder por delegación, lo quieren en sus manos, entero y verdadero).
Boicotear el tranvía desde el Gobierno de Aragón es el último invento de este culebrón absurdo. Mientras, se intenta comparar un medio de transporte colectivo usado por cientos de miles de ciudadanos en millones de viajes anuales con cualquier despilfarro al uso, sean los aeropuertos peatonales sean los circuitos donde la organización de cada GP cuesta de entrada lo mismo que necesitaría la Universidad para salir de apuros.
El tranvía es un hecho. Yo sé que esto chirría en el subconsciente de aquellos grupos sociales que aplaudieron su absurda desaparición hace treinta y tantos años, cuando destrozaron la ciudad para dejar paso al coche privado. Pero ya es hora de asumir que 1975 quedó atrás. ¿O no?
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/jueves 22.12.2011
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