Los viejos faraones del PSOE aragonés
salen de sus sarcófagos dispuestos a intervenir en el reparto que se
avecina. Han perdido (también) las últimas elecciones, pero ni se
inmutan. Así que los de Podemos y los de en Común se ponen de
los nervios y reclaman, por favor compañeros, un poco de orden y
concierto para llegar a alguna parte. Claro, esos novatos pretenden
echar al PP a la cuneta sin mancharse de grasa (que luego llegan las
generales), y los agudos veteranos, por su parte, están acostumbrados a
comer carne humana en cada plenilunio. Dile a Llanas que deje paso a Lorente (por poner un ejemplo rural-zaragozano que es objeto de comentario estos días) y provocarás un maremoto en el aparato sociata. En Huesca, sin embargo, la cosa va más fina, pero el problema (para los escrupulosos podemitas) es que allí el Marcelinato está casi intacto, no ha perdido terreno electoral y no se arrepiente de nada.
Sánchez, desde Madrid, pide a los suyos temple y
renovación. Más gabilondos, menos susanas. Más cantera, menos
banquillo... La clave no radica tanto en seguirle el juego a Pablo Iglesias
(que en los mítines dice: "Yo no me llamo así por casualidad"), como en
reinventarse antes de que sean convocadas las próximas elecciones.
Al otro lado, Podemos y sus participadas boquean como peces
que se asfixian al respirar demasiado oxígeno. Todas sus limitaciones se
ponen de manifiesto: sus prejuicios, sus simplismos, sus astutos
cálculos, sus mejores impulsos, sus aciertos, sus tontadas... Salir a la
cancha supone dar y que te den patadas, mancharte de barro, manejar las
distancias cortas, saber cómo se logran tus objetivos. ¿O no?
En cuanto al PP y a Ciudadanos, veremos. Porque Albert Rivera
se enfrenta a un dilema simétrico al existente en la izquierda: ¿cómo
darle paso al PP, si este no demuestra una mínima contricción y
propósito de la enmienda? Cuando eres la alternativa no puedes ser la muleta. Y Rajoy,
¡válgannos los dioses!, dice que cambiará el paso, pero muy poco,
apenas nada. Ese es el único que lo tiene todo claro (si exceptuamos a Biel): ir de victoria en victoria hasta la derrota definitiva.
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