Confiemos en la naturaleza inmortal de
Zaragoza. Si ha sobrevivido a los acontecimientos de los últimos dos
siglos (desde los Sitios hasta las recalificaciones a granel), bien
podrá soportar el gobierno de un ayuntamiento rojo. Que no es el primero
de izquierdas, pero sí será el primero controlado por la izquierda-
izquierda. Veremos qué pasa. Pero los aspavientos de quienes ya se tiran
de los pelos al ver a Santisteve de alcalde tampoco tienen mucha
lógica. La capital aragonesa ha tenido en el pasado unos cuantos
regidores y ediles fácilmente mejorables: corruptos o semicorruptos,
analfabetos funcionales, manipulables, logreros... Los que llegan ahora
tal vez pequen de novatos y sean, políticamente hablando, un tanto
infantiles. A pesar de lo cual proponen un programa de actuaciones
bastante correcto y bienintencionado. Y son gente honrada. Además van a
ser observados y controlados como quizás ningún otro concejo desde la
elección de Ramón Sáinz de Varanda en el 79, a la cabeza de un equipo
integrado por el PSOE, el Partido Comunista y el Partido del Trabajo.
Aquella coalición de izquierdas abordó la primera transformación de
Zaragoza. Aunque duró poco. Las fuerzas vivas, básicamente la mesa
camilla de grandes constructores-promotores, se reunieron con el alcalde
y le instaron a poner fin a su alianza con los comunistas del PC y el
PT. Querían sobre todo la cabeza de José Luis Martínez Blasco, delegado
de Urbanismo. Aquel lobi podía plantear tal exigencia porque venía
siendo, de facto, el auténtico planificador de la ciudad. Había estado
bien relacionado con alcaldes (franquistas) como Gómez Laguna (que fue
presidente de la principal sociedad inmobiliaria de la ciudad) o Cesáreo
Alierta. Sáinz de Varanda, por supuesto, se plegó a sus peticiones.
Para asegurarle la mayoría absoluta del consistorio, los traficantes de
suelo le brindaron el grupo municipal de la UCD, liderado entonces por
Antonio González Triviño.
El ayuntamiento cesaraugustano tuvo a Luis Roldán de teniente de
alcalde y a Santiago Valles de responsable de la Sociedad Municipal de
la Vivienda (al frente de la cual puso a sus amigos). Luego, con Triviño
de alcalde, hubo un mandato en el que, al margen de recalificaciones,
depuradoras y otras maravillas, en el mayoritario grupo municipal
socialista no había un solo titulado superior. Una maestra y un perito
industrial, eran los más cualificados. Personajes como Acacio Gómez, que
en los veranos ejercía de alcalde accidental, hacían las delicias de
los cronistas municipales.
Luego vino Luisa Fernanda Rudi. Con auxiliares tan notables como
Mariano Alierta (que huía de su despacho para no ver las montañas de
papeles que esperaban su firma); José Alberto García Atance (quien hubo
de dejar Urbanismo por una recalificación de suelos pertenecientes a su
familia política) o el inefable José Luis Santacruz (empeñado en ornar
los jardines con horribles cronifloros, o relojes florales, que a los
cuatro días dejaban de funcionar).
Ya saben: plazas duras, farolas alfonsinas, resbalosas aceras de
mármol pulido, pabellones puente, azudes y barquitos, ¡negocio
inmobiliario!... Pero a la postre Zaragoza ha cambiado, ha mejorado
muchísimo, va asemejándose (en lo bueno) a otras grandes urbes europeas,
se moderniza. Belloch deja muchas deudas y algunas actuaciones
discutibles, pero su herencia contiene también luminosos aciertos. Ahora
empieza otra etapa. Tranquilos pues, Cesaraugusta es inmortal.
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