Cuando los semiorugas M-3 de la 9ª Compañía de la División Leclerc avanzaban hacia la Porte d'Italie para acceder al centro de París, aquellos españoles que disparaban sus browning
sobre los reductos alemanes soñaban con repetir un día la misma escena
en cualquier ciudad de su patria sojuzgada. Tomando al asalto los
edificios oficiales y rodeando el cuartel general nazi, imaginaban el
regreso a casa, a caballo de sus blindados, curtidos en mil batallas.
Recibirían los besos de las muchachas, las palmadas de los viejos, los
abrazos de las madres, los saludos de sus camaradas resistentes. Se
abrirían ante ellos las barricadas levantadas poco antes en el primer
acto de la liberación, y las entusiasmadas muchedumbres les acogerían
entre vítores, bosques de puños cerrados en las plazas, máuseres alzados
en el aire, niños jugando a los soldados, el sabor del vino en las
gargantas, el metálico rechinar de los blindados, el repiqueteo de las
bandas de munición del 30. Eran La Novena, sus vehículos tenían nombres propios que recordaban viejas batallas (bueno, uno de ellos se llamaba España Cañí),
y llevaban bordada en las guerreras la bandera tricolor, la suya: rojo,
amarillo, morado. Atravesaron los bulevares acallando a los últimos
francotiradores enemigos, y pensaron: será igual cuando reconquistemos
Madrid y Barcelona y Zaragoza y...
No supusieron entonces, el 24
de agosto de 1944, que de nuevo serían traicionados, que las llamadas
potencias democráticas exceptuarían a España de la victoria sobre el
fascismo, que deberían quedarse en Francia para siempre, que su gesta
(no solo París, antes Eccouché y después Andelot o Estrasburgo)
adquiriría caracteres legendarios y, como auténtica leyenda, terminaría
envuelta en la niebla de la Historia oficial (la de Francia y la de
España). Por supuesto, aquellos republicanos no podían ni suponer que un
día serían homenajeados con todos los honores por un nuevo Rey de
España (¡un Rey!) cuando ya sólo quedasen vivos dos de ellos, tan
ancianos que ni siquiera podrían asistir al solemne acto para gritar por
fin, y en español, ¡Viva la República!
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