Es curioso que Fernando Gimeno, exdelegado de
Hacienda en el Ayuntamiento de Zaragoza y actual consejero de Ídem en el
Gobierno aragonés, diga que él sí dejó pasta en la caja municipal que
administró, mientras lamenta que la DGA arrastre un agujero cercano a
los mil millones por cortesía de Rudi. El caballero, como es lógico, aplica al pie de la letra el argumentario de la herencia:
la que recibo es muy mala, la que dejo es buena. Aunque, la verdad,
nunca se había dado el caso de que una misma persona fuese a la vez
testador y heredero.
Nadie que hubiera seguido la actualidad aragonesa y zaragozana de los
últimos cuatro años podía desconocer el déficit acumulado por quienes
manejaban el Pignatelli y la Casa Consistorial. Un déficit, en el caso
del Gobierno aragonés, muy por encima del que encontraron los
conservadores en 2011, que ya no fue cosa menuda.
El PP se ha pegado años hablando de la herencia recibida. Es más, por lo que al Gobierno de España se refiere, Rajoy
todavía fundamenta su mensaje en comparar la España arruinada que se
encontró con este emporio del crecimiento que, según dice, tenemos hoy.
De Moncloa para abajo, lo que ustedes quieran. Pero la verdad es que, en
este país de países, pocas administraciones públicas han mejorado su
posición financiera. El Estado ha incrementado su deuda hasta el billón
de euros, y no para de recibir advertencias (de Bruselas, del FMI) sobre
incumplimientos en el control del déficit. A su vez, el Ministerio de
Hacienda ha venido avisando a la DGA (¡a la de los suyos!) de que las
cuentas le estaban saliendo rosarios. Y en cuanto al Ayuntamiento de
Zaragoza, anda loco con su auditoría porque allí parece difícil saber
cuál es el activo y cuál el pasivo (Gimeno es un experto en ingeniería
financiera y en esconder las facturas).
La DGA es una institución en la ruina. Lo increíble es que, bajo el
imperio de doña Luisa Fernanda, el agujero se ha hecho más y más grande
mientras sus consejeros no paraban de recortar y desinvertir. Por lo
menos, en el Ayuntamiento de Zaragoza el pufo se corresponde con una
época muy inversora y alegre, a cargo de Belloch y Blasco. Pero en todo caso, la herencia en uno y otro lugar es muy jodida.
Y ahora llegamos a la cuestión crucial. ¿Durante cuánto tiempo podrán Lambán, Santisteve
y sus respectivos colaboradores achacar a la herencia sus problemas y
renuncios? Si fuese cosa mía diría que el ecuador del mandato (dos
añitos) señala el momento en que tal herencia deja de ser admisible como
excusa o coartada. La clave está en saber presupuestar: aquilatar
gastos y mejorar ingresos. Claro que eso los dos jefes antes citados no
podrán hacerlo hasta el ejercicio próximo. Ahí les quiero ver.
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