La Unión Europea ha aparcado la Travesía Central del Pirineo (TCP), como era de esperar. Ojo. no es que servidor se oponga a tan enorme infraestructura, no. Lo que ocurre es que desde hace decenios tengo el llamado túnel de Vignemale por cosa imposible, y en vez de darle vueltas a la manivela de tan quimérica abstracción, he preferido siempre aferrarme a la obviedad: lo que no puede ser no puede ser... y además es imposible. No verán nuestros ojos (al menos en los próximos decenios) una vía de alta capacidad atravesando el Pirineo Central. Y sería conveniente que entendiésemos tal cosa de una vez para dejar de columpiarnos en la nada y afrontar la realidad tal cual, por cruda y triste que sea.
La TCP ha sido sobre todo un argumento de agitación política, uno de esos lugares comunes que llenan de polvos mágicos los debates en las Cortes, las tertulias radiotelevisivas y los editoriales de los diarios. Bla, bla, bla. El famoso túnel nunca ha existido como posibilidad factible y por eso gran parte de la opinión pública ha pasado olímpicamente del tema. Fiar el desarrollo de Aragón a la existencia de la inaprensible travesía es tan absurdo como empeñarse en reclamar una línea de alta velocidad entre Teruel y Madrid. Por la misma regla de tres, Huesca tiene un aeropuerto perfectamente inútil y Zaragoza una estación intermodal-disfuncional y un amago de segunda estación concebida como otro descojonante brindis al sol.
Ha sido muy fácil (para el PP, el PSOE y el PAR) encandilar a la audiencia con cuentos sobre el País de las Maravillas. Mientras, se han perdido un tiempo y un dinero preciosos que hubieran sido mil veces mejor empleados en proyectos más lógicos, más accesibles y muchísimo más rentables. Pero la Tierra Noble ha tenido una fuerte tendencia a dejarse seducir por las grandes scalas y los cuentos chinos, al tiempo que ignoraba a sus empresarios más dinámicos, a sus investigadores más creativos y a sus teóricos más realistas.
La TCP ha sido sobre todo un argumento de agitación política, uno de esos lugares comunes que llenan de polvos mágicos los debates en las Cortes, las tertulias radiotelevisivas y los editoriales de los diarios. Bla, bla, bla. El famoso túnel nunca ha existido como posibilidad factible y por eso gran parte de la opinión pública ha pasado olímpicamente del tema. Fiar el desarrollo de Aragón a la existencia de la inaprensible travesía es tan absurdo como empeñarse en reclamar una línea de alta velocidad entre Teruel y Madrid. Por la misma regla de tres, Huesca tiene un aeropuerto perfectamente inútil y Zaragoza una estación intermodal-disfuncional y un amago de segunda estación concebida como otro descojonante brindis al sol.
Ha sido muy fácil (para el PP, el PSOE y el PAR) encandilar a la audiencia con cuentos sobre el País de las Maravillas. Mientras, se han perdido un tiempo y un dinero preciosos que hubieran sido mil veces mejor empleados en proyectos más lógicos, más accesibles y muchísimo más rentables. Pero la Tierra Noble ha tenido una fuerte tendencia a dejarse seducir por las grandes scalas y los cuentos chinos, al tiempo que ignoraba a sus empresarios más dinámicos, a sus investigadores más creativos y a sus teóricos más realistas.
En fin, no se agobien: había vida antes de la TCP y habrá mucha vida después de que el espejismo se disipe. Además, aún nos queda el Pacto del Agua. Por poner un ejemplo.
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/viernes 08.07.2011
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