Supongo que la intervención por el Estado de Caja del Mediterráneo (CAM) es algo razonable e inevitable. Lo que no entiendo tan bien es eso de que después de sanearla a costa del contribuyente la entidad vaya a ser vendida "al mejor postor". Pero aún me inquieta más el hecho de que, tras semejante ruina y mamoneo, nadie haya acabado en la cárcel. Y lo dicho vale lo mismo para Caja Castilla-La Mancha que para Cajasur. Es inaudito que unos tipos (sean conservadores, sociatas, curas o aprovechateguis sin bandera definida) tiren por la borda miles de millones de como si nada. Y el talego, lleno de desgraciados a los que pillaron pasando hachís culero a través del Estrecho.
La ética está por los suelos; la justicia también. Uno pensaba que ya lo había oído todo tras escuchar a Manuel Chaves aquellas aleluyas sobre sus pobres hijos, a quienes la derecha quería prohibirles ganarse la vida mediante presuntos tráficos de influencia a través de papá. Pero luego hemos tenido el akelarre de Valencia y ha sido la mundial. Las tardías aunque alucinantes declaraciones de Rajoy sobre el honestísimo Camps constituyen una pieza magistral de la oratoria viscosa.
El caso es que el delirio levantino resulta especialmente temible, porque en el caso castellano-manchego (o el andaluz, dentro de poco) el electorado, al menos, reacciona y es capaz de darle la vuelta a la tortilla siquiera sea para poner en el trono a un personaje tan poco fiable como Cospedal (o Arenas, si se trata del Sur). Pero en la Comunidad Valenciana parece que el personal está encantado con esos tipos que supuestamente se vestían de prestado, han tumbado una caja de ahorros, han destrozado la costa y todo para llenarse los bolsillos y acumular un stock inmobiliario que es el asombro del universo.
Indigna la impunidad de los sinvergüenzas, y asusta un poco pensar en este Aragón nuestro, maravillosa Tierra Noble, donde hace años que las pulsiones levantinas y manchego-andalusíes flotan siniestras en el ambiente, con sus aeropuertos de mentira, sus confidenciales contratos públicos, su política de escaparate y sus oscuros poderes económicos. Cabréense... o recen, y que los dioses nos sean propicios
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