Algunas/os lectoras/es me hacen llegar su perplejidad ante la contradicción que se desprende de estos artículos míos: por una parte critico la ineficacia y las corruptelas que lastran a las instituciones y administraciones varias, ironizo sobre su gestión y pongo en solfa a los cargos electos; pero por otra pido respeto a la legitimidad democrática, defiendo los servicios públicos y afirmo que los políticos (y sus partidos) son imprescindibles. En suma, que repico la campana del descreimiento pero acudo a la procesión de los rituales electorales y la liturgia parlamentaria, ¿Y esto, cómo se mastica?
Lo cierto es que a veces me ofusco ( y no soy el único) cuando mi adhesión al Estado y a sus instituciones se ve traicionada por las mamarrachadas y tropelías de quienes debieran ser los mejores servidores de la cosa pública. Y luego, alarmado por el eco que tienen esos desahogos catárticos entre los ignorantes y los fachas, me vuelvo hacia atrás para limpiar el edificio institucional que manché con mis vituperios.
La contradicción puede proceder de un hecho simple: para defender las instituciones democráticas y rechazar los argumentarios de quienes las quieren desmantelar para construir sobre ellas una sociedad insolidaria y marcada por el autoritarismo, primero es preciso que dichas instituciones funcionen razonablemente bien. Para proteger la legitimidad del actual sistema representativo, la inteligencia y la honestidad son presupuestos indispensables. Y no vale mirar para otro lado, con el argumento de que la mayoría de los políticos son gente honrada y capaz. Tal vez lo sean en actitud e intención pero, entonces, ¿por qué no se libran de quienes, a su lado, roban y chanchullean a ojos vista?
No es posible defender el sistema si dentro de él están sus peores enemigos. Soy de los que quieren un Estado redistribuidor y activo, unas instituciones reguladoras, un potente sector público y en consecuencia una sociedad justa y equilibrada. Pero quiero todo eso con buena administración, con transparencia, con participación popular. Y además estoy convencido de que tal cosa es factible. Existe en otros países. ¿Por qué no en el mío?
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/sábado 21.01.2012
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