Ya conocen ustedes mi criterio de que las apariencias casi nunca engañan. Eso, por supuesto, siempre que seamos capaces de ver la realidad tal cual es y no nos empeñemos en percibirla de acuerdo con un manual de instrucciones previas. Véase, por ejemplo, el caso de la presunta campaña contra el fraude fiscal que nos ha anunciado el Gobierno de España. Uno escucha las primeras noticias y piensa hombre, qué bien, ¡a ver si la derecha es capaz de meterle mano al dinero negro con más decisión y rigor que los socialistas! Pero luego resulta que vas al meollo de la cuestión y la susodicha ofensiva contra el fraude no es tal: su objetivo es localizar 8.171 millones escamoteados a las arcas públicas, y eso apenas va más allá de los 7.527 millones que se persiguieron en el 2011 (finalmente se obtuvieron 10.000 millones incluyendo las sanciones). O sea, que la cosa no es tan bonita como nos la pintaban. Y si es cierto que existe un plan para reducir las transacciones en metálico (sin fijar todavía la cuantía de su límite) no es menos verdad que hay en marcha otro para rebajar recargos y sanciones a quienes saquen a la luz voluntariamente su caja B, lo cual huele que apesta a amnistía fiscal encubierta.
Estamos en un momento de verdades percibidas que apenas disimulan su carácter de mentira habitual. El fenómeno no es nuevo. Hubo gobiernos del PSOE que se sumergieron en esa orgía de falsas apariencias (el de Zapatero, a la cabeza) como los hubo del PP (con Valencia por estandarte). Pero uno, en su tremenda ingenuidad, pensaba que la crisis nos obligaría a dejarnos de pijadas y ensoñaciones. No parece que vaya a ser así. Rajoy ha convertido Moncloa en una especie de Ciudad Prohibida y no hace declaraciones, no da ruedas de prensa, no dice nada por su boca y se limita a enviar a Soraya, voz de su amo, a que nos advierta de que la situación está muy mal (¡vaya novedad!) y de que vamos a tener que pagar por ello en dinero, dignidad y futuro. No hay giro de ciento ochenta grados ni cambio de modelo. Sólo más propaganda, fuegos artificiales y esa especie de ortodoxia presupuestaria consistente en apretarnos las tabas sin pudor y sumirnos en la recesión.
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/sábado 07.01.2012
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