Las noticias caen como una lluvia fina que empieza a calarnos sin remedio. A veces son hechos consumados, a veces globos sonda, a veces planteamientos previos. Hoy, el Gobierno de Aragón suspende las oposiciones de este año para cubrir plazas de profesor en Secundaria. O congela programas para el uso de material informático en la escuela pública. O priva de su sala de reuniones a la mayor federación de asociaciones de padres de alumnos (de la pública también). O se priva a la universidad de recursos que necesita imperiosamente. O se amagan ajustes del gasto que afectarán a la calidad asistencial de la sanidad (no vuelvo a repetir lo de pública porque a estas alturas se sobreentiende)... Se supone que tales medidas son excepcionales o tienen por objeto suprimir gastos innecesarios. En la práctica implican una tendencia de naturaleza inequívoca que se acelerará conforme nuestros gobernantes comprueben que no provocan reacción alguna en la opinión pública. En los grandes hospitales aragoneses ya se habla de nuevas posibilidades: reducir la dispensación de fármacos, dejar de cambiar a diario las ropas de cama y los pijamas de los pacientes que no manchen o contingentar los consumibles. Retrocedemos así 20 o 30 años. Volvemos a los 80.
El caso es que ese retorno al pasado se complementa con la constante reducción del poder adquisitivo de los salarios, la inestabilidad laboral y el abaratamiento del despido. El paro no da tregua (la presidenta Rudi se consuela, al igual que hacía su predecesor, advirtiendo que en Aragón el desempleo está por debajo de la media española). Estamos en recesión y aquí solo sube el coste de la vida. Si al mismo tiempo se van desplomando los servicios públicos, esto se pone feo de verdad.
Es cierto que en los 80 pasábamos con mucho menos que ahora. Basta mirar las estadísticas. Ganábamos menos, teníamos menos prestaciones y hasta vivíamos menos años. Al término del franquismo en Zaragoza había dos institutos y medio de Enseñanza Media: el Goya de chicos, el Servet de chicas y el Mixto 4 que daba clases nocturnas. Y con eso se apañaba el personal. Bueno, con eso y con los colegios privados, casi todos ellos religiosos, que es donde se escolarizaba (y si no, ¿dónde?) todo el que podía. Además había muchas menos plazas hospitalarias que hoy, menos residencias de ancianos y de discapacitados en general, menos centros de salud y menos de todo. Desde luego, el Estado salía mucho más barato.
Justo a partir de entonces empezamos a avanzar. El país se fue aproximando al nivel de nuestros vecinos europeos más avanzados, aunque nunca llegó a su altura. Y ahora nos dicen que p'atrás, que se acabó, que aquellos 80 dejados atrás vuelven a ser nuestro destino. ¿Lo vamos a tolerar? Esa es la cuestión.
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/domingo 29.01.2012
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