El fallo que exculpa a Camps y Costa es la consecuencia de un estado de ánimo que impera en la Comunidad Valenciana desde hace años. O sea, si el pueblo soberano fue a las urnas y dio la mayoría absoluta al amiguito del alma del Bigotes, ¿por qué un jurado popular no habría de absolverle por idéntico tanteo? Dicho jurado sólo ha trasladado a una escala mínima la estadística electoral vigente. Qué cosa más natural.
El caso Gürtel se diluye de manera lógica. El juez que abrió fuego está él mismo ante los tribunales, el extesorero del PP ha esquivado con facilidad las primeras descargas, Camps y Costa reclaman a gritos su plena rehabilitación, Trillo puede presumir del éxito de su estrategia defensiva (¿acaso no es increíble la habilidad de este hombre, que ya supo escurrir el bulto en un asunto tan feo-feo como el del accidente del Yakolev?). La derecha ha demostrado en el Levante cómo se consolida un régimen de partido dominante hasta alcanzar las más altas cimas de la impunidad. Hoy, cuando aquella Comunidad arrastra una bancarrota que recorre sus instituciones, sus empresas públicas y su principal caja de ahorros, muchos valencianos siguen pensando que viven en Jauja y que si hay problemas es... ¡por culpa de Zapatero!
El PSOE, claro, no entiende lo que pasa. Ayer, justo cuando España digería la noticia de la absolución de Camps, Blanco, el exministro, pasaba a declarar por el juzgado. Salió tenso, nervioso. Para todo tiene. Porque si su tema va a más lo tiene crudo, sea ante un tribunal en toda regla, sea ante un jurado seleccionado al azar. No hay simetría (nunca la hubo) entre los socialistas y la derecha. Ésta tiene bula para hacer cosas que aquéllos jamás podrán permitirse. Ni en Andalucía.
Un fantasma recorre España. Es el fantasma de la valencianización política. La emergencia (de norte a sur, de este a oeste, con las consabidas excepciones periféricas) de un sistema en el que el PP se instala definitivamente en el poder inasequible al desaliento, al desgaste, a las crisis, a los escándalos, a las evidencias... Un sistema controlado, pesado y medido donde la oposición transita desdibujada e impotente de fracaso en fracaso. Un porvenir distópico.
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/viernes 27.12.2012
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