La Navidad se ha llenado de buenas intenciones. No las de los jefes,
cuyas iniciativas son cada día más obvias, sino las de los voluntarios
que recogen comida a las puertas de los supermercados, las
organizaciones que hacen rifas o convocan actos benéficos para extender
la ayuda mutua, las empresas y celebrities embarcadas en preparar
saraos y conciertos (por ejemplo, para dar de comer a 10.000 personas
en Nochebuena), o incluso los ricachones capaces de hacer donativos
millonarios (con parte de la pasta que escamotean al fisco) y movilizar
su instinto solidario ante los medios rosas. Por supuesto, tal eclosión de la actividad formidable (de Ustedes son formidables,
el famoso programa radiofónico de los años 60) resulta imprescindible
en un país donde cientos de miles de familias se han visto arrojadas a
la miseria de hoy para mañana y en el que esos nuevos pobres han de
rebuscar en la basura a la búsqueda de algo que comer, aunque ese algo
pueda matarles de una intoxicación alimentaria. Llegados a este punto,
la realidad se envuelve en tinieblas. Y si hay luz al final del túnel
nos ha de salir a precio de oro. O la pagas... o se apaga.
Les
invito, cómo no, a colaborar con las iniciativas solidarias. Pero
también a reflexionar sobre la acelerada y radical transformación de
nuestra sociedad. Por lo menos, mientras les damos a los de Cáritas o
del Banco de Alimentos unos paquetes de azúcar, deberíamos preguntarnos
por qué estamos asumiendo con tan tremenda naturalidad que en el
inmediato futuro un tercio de la gente sea pobre de solemnidad, otro
tercio apenas vaya tirando y otro más viva bien o muy bien mientras en
el vértice de la pirámide la estricta minoría de banqueros, altísimos
ejecutivos, grandes accionistas, empresarios de éxito, traficantes,
futbolistas y similares acumula inabarcables fortunas.
Hemos de
mirarnos al espejo e interrogarnos sobre si existe alguna línea roja,
más allá de la cual resulte imposible admitir y soportar la destrucción
del Estado del Bienestar en esta irrespirable atmósfera de corrupción y
saqueo. Eso, aunque seamos formidables y estemos en Navidad.
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