El artículo que publiqué el domingo bajo el epígrafe El Mirador
("No me mareen más con la TCP y el Canfranc") ha levantado polvareda en
las redes sociales. Es lo que suele pasar cuando se cuestionan desde el
agnosticismo los sagrados mitos aragoneses. Por eso, y a riesgo de
contradecirme, no me resisto a darle otra vuelta al tema de las
comunicaciones transpirenaicas.
Para que conste, yo celebraría la
reapertura del Canfranc, y por supuesto conozco los estudios de Crefco
al respecto. Estudios, ojo, que tienen una pega fundamental: están
elaborados por quienes no tienen capacidad para hacer realidad aquello
que describen o presuponen. Reabrir la línea y destinarla al transporte
de mercancías y a usos turísticos (en verdad el recorrido por el
Somontano y el Pirineo se asoma a unos paisajes magníficos) requiere
tomar decisiones y realizar gastos que no dependen de los fervorosos
amigos del ferrocarril. Por eso sus propuestas, aunque inteligentes y
factibles, son una carta a los Reyes Magos. Pero yo he perdido la fe y
me hago preguntas dolorosas y difíciles sobre la utilidad real de la
línea Canfranc-Olorón y de la soberbia estación internacional. Por no
hablar de las inversiones necesarias y de los previsibles déficits de
explotación. Para despejar tales dudas es preciso hacer cálculos
precisos y afrontar compromisos serios. ¿Quienes? Pues las
instituciones, entidades y empresas supuestamente interesadas.
Si
ya no creo es porque las industrializaciones fallidas, los aeropuertos
sin aviones, las infraestructuras sobredimensionadas y las apuestas
temerarias me han dejado repleto de hastío y recelos. Ayer mismo, di un
vistazo a las últimas cifras oficiales sobre las empresas públicas
aragonesas: 250 millones de déficit acumulado en solo tres ejercicios,
deudas por encima de 450 millones, cuentas opacas, pozos sin fondo. Y
sí, una parte de ese gasto puede justificarse porque produce importantes
retornos económicos y sociales. Pero el grueso de tal desparramo, no.
Es la gravosa consecuencia de decisiones precipitadas, mal fundamentadas
o manifiestamente absurdas. Ahí me duele.
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