No hay reunión o acto social (y estos días proliferan mogollón) donde
los corrillos no comenten la atonía que reina en Aragón bajo el reinado
de la siempre impasible Luisa Fernanda. La Administración
autónoma funciona al ralentí. A las dos o dos y media de la tarde
algunos jefes de la DGA que viven fuera de Zaragoza se van a casita. A
las cinco, el Pignatelli es un edificio fantasma, vacío. Los expedientes
se eternizan. Los pagos se retrasan. Los compromisos no se cumplen... Y
en sintonía con este dolce far niente, el tejido social de la
Tierra Noble alarga los ahorros (si hay) a la espera de que ocurra algún
milagro. Opel-GM sigue siendo nuestra gran esperanza.
El estilo
del actual Gobierno PP-PAR es una extraña mezcla de agresiva audacia y
total indolencia. Por eso mientras unos juran ante los micrófonos que se
salvará (hablando en términos presupuestarios) la inversión social, los
consejeros Serrat y Oliván continúan con la guadaña en la
mano segando la enseñanza y la sanidad públicas, cuyos recursos
asignados no dejan de bajar. El citado Oliván, además, ejerce con tal
desahogo que es capaz de negar ante las Cortes que la desigualdad sea
asunto de su competencia. ¡Y es el responsable de Bienestar Social!
Claro que la permanencia en el Ejecutivo autónomo de este personaje
resulta incomprensible y solo puede explicarse por el hecho de que
soportamos un poder insensible por completo a las reacciones y protestas
de la ciudadanía.
La DGA recorta, pero la DGA tiene cada vez más
deuda. Estamos sobre los cinco mil millones de euros pero llegaremos a
los seis mil, y según el consejero Saz (el de Hacienda)
tardaremos al menos diez años en volver a la situación del 2006-7 cuando
el endeudamiento incluso llegó a decrecer. Lo que ocurre en estos
momentos es de cajón: por mucho que se controle el gasto, la reducción
de los ingresos obliga a seguir pidiendo prestado. Por supuesto, dichos
ingresos sólo aumentarán si llega la reactivación económica. Así que en
el Pignatelli han decidido sentarse a esperar. Mientras, se entretienen
arruinando los servicios públicos. Qué majos, oye.
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