La Navidad es una extraña época del año que empieza en la primera mitad de diciembre, cuando los spots
de perfumes se adueñan de la tele, y acaba el 6 de enero, justo en el
comienzo de las rebajas-rebajas. Quiere decirse que el fenómeno es sobre
todo comercial. El personal se carga de colesterol y ácido úrico, los
cuñados se mosquean entre sí en las cenas de Nochebuena (y más si tienen
continuación en la comida del 25), los niños gritan ¡me lo pido!
incitados por la publicidad y reina una feliz atmósfera de hermandad y
buen rollito. Eso sí, la maldita crisis y sus consiguientes ajustes, nos
libran de ciertos excesos gastronómicos, reducen la fiebre consumista,
enfrían el ambiente y ponen las cosas en su sitio: vuelven los actos
caritativos, Plácido ya no es una vieja película sino un cuento
neorrealista y toda la esperanza posible queda bajo administración del
Gobierno, que nos promete un 2014 algo mejor, en el supuesto de que nos
sigamos habituando a ganar menos, gastar poco, financiar el rescate
bancario y ser obedientes. Y ojo que estas virtudes no han de ser
opcionales, sino obligatorias.
La Navidad tiene su puntito y su
leyenda. La felicidad, nos dicen, se construye sabiendo disfrutar de
las cosas pequeñas (más con menos, ya saben) y aceptando la vida como
viene. E incluso los más rebeldes y cínicos, que consideramos las
antecitadas virtudes pura y blanda resignación, no podemos sustraernos
al influjo de las lucecitas, las campanillas y los villancicos. Yo mismo
ando estos días sonriente y amable, campechano y ocurrente, prodigando
felicitaciones y buscando aspectos positivos en la realidad cotidiana...
aunque, la verdad, me cuesta muchísimo encontrarlos.
Puestos en
ello, quiero desearles lo mejor, para estos días y para el año que
viene. Mejores sueldos, mejores servicios públicos, mejores gobernantes,
mejores expectativas, mejores intenciones, mejores días y mejores
noches... Más dignidad como ciudadanos, más libertad, más capacidad para
luchar contra los malvados, más inteligencia, más iniciativa, más
valor. O sea, sean felices de verdad, y tiren la resignación al cubo de
la basura.
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