El periodismo de datos consiste, básicamente, en disponer de
robots buscadores que trabajan en internet recopilando toda la
información que pueda interesar. Luego esa cosecha se baraja, se depura y
se relaciona según unos argumentos que permiten (como hace, por
ejemplo, el diario costarricense La Nación) saber cuántos
candidatos a unas elecciones fueron condenados por delitos de diversa
naturaleza, o qué propiedades poseen directa o indirectamente los altos
cargos de un gobierno y cuánto tributan por ellas. Pero, claro, para
poder hacer esto hay que trabajar dentro de unos ámbitos administrativos
transparentes. Lo cual es posible en muchos países del mundo (y no solo
en los del Occidente democrático). En España, no. Aquí vivimos entre
tinieblas, a ciegas.
Para luchar contra la corrupción no basta
con los códigos. De hecho, España ya dispone de tales recursos legales y
de cautelas administrativas casi exageradas. El problema no está ahí,
sino en la atmósfera cultural que permite a los corruptos encontrar siempre salidas estéticas
o justificaciones de parte (el actual caso de Navarra es de libro).
Añadamos a ello la opacidad que rodea la actividad de los gobiernos, de
los organismos de control, y de los bancos y las grandes compañías.
Casos como el Gürtel o el de los ERE (o, aquí, los de La Muela, Plaza y
demás) encuentran en la opacidad su caldo de cultivo.
No crean,
sin embargo, que transparencia es solo conocer los sueldos de los cargos
políticos; es mucho más. Transparencia es tener en internet las cuentas
de las instituciones y su evolución, las de las sociedades públicas y
las de las entidades financieras. Sin trucos ni ejercicios de
ilusionismo (como pasa con los datos de la Corporación Empresarial
Pública de Aragón, absolutamente indescifrables). Transparencia es poder
conocer las adjudicaciones, las subvenciones y los convenios. Saber al
detalle cuánto cuesta cada GP de motos de Motorland, y cuál es el
balance real de dicha empresa, que apenas factura al año algo más de 4
millones, o por qué acumula pérdidas Aramón, que ingresa diez veces más.
Si no, no hay nada que hacer.
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