Ahora, como las estadísticas andan tan retorcidas que no las entiende
ni Dios (en su infinita sabiduría), hay que tirar de parábolas y otras
figuras de pensamiento. En este sentido me gustó mucho una que leí hace
poco y comparaba a la postcrisis anunciada desde el poder, con el
caso de alguien a quien amputan una pierna por el muslo. Trauma,
angustia, dolor... Hasta que un día los médicos revisan el muñón ya
cicatrizado y palmean la espalda del paciente. ¡Lo malo ya ha pasado,
amigo! ¡Te damos el alta! Claro, y entonces es cuando el inválido se
enfrenta a lo peor: salir adelante sin uno de sus miembros más
importantes, ser un discapacitado de por vida. Es más o menos lo que
pasa cuando los jefes políticos y los jefes de la pasta nos susurran que
ya está, que se acabó, que empieza la recuperación.
En Aragón,
sin ir más lejos, nos están amputando la sanidad pública (y tienen
preparada la sierra para que no se escape la educación). Los sindicatos
de médicos, la Marea Blanca y otros colectivos sacan a la luz datos
sobre las listas de espera, esas mismas que el Salud oculta desde hace
nueve meses y que el consejero responsable del tema se niega a dar.
15.000 personas esperan a ser operadas solo en Zaragoza. ¡15.000! Entre
ellas hay cientos de enfermos en situación límite. La demora afecta a
las pruebas, a los preoperatorios, a las intervenciones, a las
recuperaciones. Solo entre ir del médico de familia al especialista,
recibir un diagnóstico y ser incluido en la relación de quienes aguardan
turno puede pasar un año. Esto no había ocurrido nunca. Es tan inaudito
como intolerable.
17.000 firmas han reclamado un nuevo hospital
en Alcañiz, mientras el actual monta camas en los pasillos (¿qué dicen
al respecto los fervorosos alcañizanos que sólo ejercen de tales cuando
de loar las carreras de motos se trata?). El Provincial de Zaragoza
funciona a un cuarto de gas. El consejero de Sanidad prepara tres
millones de euros para derivar pacientes a la privada.
Ahí nos arrastramos, sin pierna. Y según dicen algunos, más vale callar. No sea que nos corten la otra.
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