Sí, entiendo perfectamente a quienes (desde dentro y fuera de la pomada)
consideran que darles tantas vueltas a las peloteras políticas, las
investigaciones policiales y judiciales, las imputaciones, los proyectos
públicos (o público-privados) fracasados y esta cosa que ahora llamamos
crisis... pues no deja de ser una tabarra y una especie de regodeo
malsano. Se percibe un creciente rechazo de los diagnósticos pesimistas y
la exigencia de alguna clase de optimismo fundamentado capaz de
iluminar el futuro. En medio de tal laberinto, no es difícil detectar
cómo nuestra concepción de lo que es normal y anormal está
tan desvirtuada que ya solo somos capaces de expresar depresión, enfado
y hastío. Nos aburre todo este barullo porque no somos capaces de normalizarlo,
y ya no sabemos si tanta indignación es lógica o nos estamos pasando de
vueltas. Quizás le damos demasiada importancia a ciertas cosas, ¿no?
Que las Cortes aragonesas, por ejemplo, investiguen qué ocurrió en la
CAI es lo mínimo. Cuando una entidad financiera de naturaleza social,
con su consejo de administración repleto de cargos y excargos públicos,
pasa en unos años de la solvencia a la ruina y debe desaparecer... algo
anormal ha sucedido y ese algo debe aclararse. Las cuitas de las cajas
aragonesas (y aquí incluyo también la absorción de Caja3 por Ibercaja)
debieran haber interesado mucho más a la sociedad y a sus presuntos
representantes. Hubiera sido lo normal, lo lógico en una sociedad
democrática y despejada. Sin embargo, todo ha rodado en medio del
silencio y la ocultación. Sabemos muy poco. ¡Cómo no va a ser necesario
investigar el asunto en los juzgados y en el parlamento autónomo!
Hace apenas un año, exactamente el 23 de Abril, Día de Aragón, Luisa Fernanda Rudi
pronunció un discurso defendiendo con vehemencia la honorabilidad y el
prestigio de las instituciones. En ese momento, una ráfaga de
anormalidad recorrió el imaginario aragonés. La jefa de nuestro Gobierno
regional parecía ignorar que esa honorabilidad y ese prestigio no
pertenecen per se a los gobiernos, parlamentos y otros órganos
representativos, no son algo que dichos órganos posean de forma
intrínseca por algún tipo de concesión divina. No. La credibilidad han
de ganársela. Los cargos electos están obligados a cumplir con su
obligación de forma seria, inteligente y honorable. Si no es así (y
ahora no lo es) la ciudadanía, traicionada, solo puede ponerles en
cuestión. Sería lo normal, lo razonable.
La gente, harta ya hasta
de indignarse, puede acabar desentendiéndose de todo. Si esos
tribunales y esas comisiones parlamentarias no hacen bien su trabajo, la
anormalidad nos invadirá definitivamente. A lo peor es eso lo que
algunos quieren.
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