El otro día, algunos lectores (papeleros y digitálicos) me
llamaron la atención por mi radical oposición a meter un céntimo más de
dinero público en posteriores aventuras de la sociedad anónima (SAD)
Real Zaragoza. Intentaron conmoverme con descripciones del mal estado de
La Romareda, de lo mucho que significan para la ciudad y la comunidad
un estadio y un equipo de Primera y con extrañas reglas de tres, segun
las cuales si al tal Agapito se lo pusieron a huevo... ¿por qué no habríamos de ponérselo parecido a los que vengan después?
A mí también me interesa que el Zaragoza no desaparezca, pues sería un
duro golpe al futuro de los medios de comunicación y de bastantes
colegas cuyo tema diario es el fútbol-espectáculo. Sin embargo, la
experiencia de los últimos ocho años ha sido demoledora, además de
costosísima. El ayuntamiento ha tirado algún millón que otro en tres
inútiles proyectos de rehabilitación del estadio o construcción de otro
nuevo, además de realizar obras de mantenimiento en el actual. El
Gobierno aragonés le endosó al último propietario de la SAD no menos de
80 o 100 millones entre contratos con Aragón TV, ayudas, avales,
sobrecostes en obras encomendadas a empresas de Agapito Iglesias y otras
diabluras. Ese chorreo solo ha servido para llegar al momento actual,
absolutamente desastroso. Supongo yo que algo habremos aprendido de la
experiencia. ¿O no? ¿O nos gusta ponerlas... y perderlas?
Nunca me agradó eso de que el dinero del común vaya alegremente a manos de particulares. Por ello lo de ayudar
al Zaragoza lo vi siempre como una patología política y social. Por
identica razón, me ha chocado saber que la fundación creada por las
estupendas personas de orden dispuestas a salvar al equipo tiene entre
sus objetivos "crear, administrar, gestionar y en su caso construir
escenarios deportivos y culturales privados y públicos y/o en concesión o
convenio con otras entidades públicas y privadas". Y como el equipo de
gobierno del ayuntamiento ya ha empezado a dejarse querer... Pues eso:
el gato escaldado del agua tibia huye. Los azotes duelen.
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