Causó ayer bastante impacto la súbita recolocación de Santiago Lanzuela
en el consejo de administración de Red Eléctrica tras dimitir como
diputado en el Congreso. La noticia provocó enormes accesos de envidia,
esa emoción tan... racial. Una vez sabido que Carlos Escó, el mago de Plaza y exviceconsejero en el Marcelinato, se levantaba como directivo en Telefónica 240.000 euros anuales, torear a puerta giratoria es una ambición muy extendida entre madres y padres de la patria. Pillar un puesto privado guapo y bienpagao, con sus bonus, su plan de pensiones y sus premios es la máxima aspiración de muchos cargos públicos y similares. Ya no hay superpremios gordos como el que les tocó a los amigos de Aznar,
encargados en su día de pilotar la definitiva salida a bolsa de los
grandes monopolios estatales (todos pasaron de pilotos a capitanes y
todos se hicieron ricos riquísimos). Pero queda esa pedrea tan
interesante que ahora le ha tocado a Lanzuela.
¿Qué circunstancias llevan a que un diputado de la derecha turolense, amable, bienmandao
y a menudo presa de un ligero despiste se convierta en consejero de una
compañía del Ibex 35? Blanco y en botella, dirán los suspicaces: el
afortunado era responsable de la Comisión de Economía del Congreso y, en
ella, se dedicaba de manera especial a los temas relacionados con la
energía; ahora ha pasado sin transición de tener un cometido relevante
en la legislación al respecto a estar en el más alto órgano de gestión
de una empresa del ramo. Pero, ¿y la suerte? ¿Por qué no habríamos de
creer que ha sido la diosa fortuna, tan caprichosa siempre y tan amante
de los audaces, quien le ha dado al bueno de Santiago éste empujoncito?
Pues porque aquí concurren demasiadas casualidades y porque Lanzuela no
ha ejercido la audacia un sólo segundo de su vida, insisten los cenizos.
Mientras, con el caso apartadero
ya va el segundo sumario correspondiente a las investigaciones sobre
Plaza que queda en nada. Qué bien y qué suerte para los imputados (los
consejeros de la sociedad), pienso yo. ¡De suerte, nada!, grita alguien
por ahí. Hay gente muy encabronada, oigan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario