Esto es como el circo: la función debe ser un continuo
desfile de personajes, lentejuelas, músicos, elefantes y payasos. Sin
parar. Tal vez por eso, en la apertura del debate sobre el estado de
Aragón, Luisa Fernanda Rudi, tras certificar sin inmutarse que la crisis ha acabado, propuso una serie de medidas regeneracionistas
en las que se mezclaban cuestiones perfectamente razonables con una
disminución del número de diputados en las Cortes que, de llevarse a
cabo, limitaría la representación de los partidos minoritarios a cambio
de un insignificante ahorro económico. Pero todo ello no era sino un
bonito ejercicio de demagogia, una manera de mantener el espectáculo en
marcha. Resulta que Luisa Fernanda no había comentado la reducción de
escaños con sus socios del PAR, que se oponen a ello con uñas y dientes.
Tampoco tenía intención de ser consecuente con lo que acababa de
plantear. De hecho, en cuanto la oposición presentó resoluciones a favor
de desaforar a los miembros de la Cámara (otra de las flamantes
ofertas de la presidenta), PP y PAR, pillados por sorpresa, votaron en
contra. Como chiste no estuvo mal. Ésa fue la parte más divertida de la
representación. Lo demás, un aburrimiento.
La política
aragonesa (como la española en general) es así: llena de
inconsecuencias, de contradicciones, renuncios y absurdos. ¿Ustedes
creen que, por ejemplo, tiene sentido la salida del vicealcalde, Fernando Gimeno,
cuando este viernes declaró que el Ayuntamiento zaragozano estaría
dispuesto a estudiar la reconstrucción o construcción de un nuevo
estadio si Cesar Alierta y los suyos se hacen al fin con el Real Zaragoza. ¿Ya volvemos a las andadas? ¿No han sacado ninguna conclusión Belloch
y el propio Gimeno de lo sucedido en los últimos ocho años, con el
despendole futbolero de las instituciones auspiciado y pilotado por
gente de su mismo partido? ¿Aún se ha gastado (para nada) poco dinero
del común, que a la primera de cambio ya estamos otra vez ofreciéndonos?
Parece haber un horror al vacío que mueve a los políticos con mando en
plaza a no parar de meterse en trompazos, resbalones y equívocos que
maldita gracia tienen. En este circo los payasos no hacen reír ni los
acróbatas consiguen caer de pie una sola vez. Por eso, al margen de lo
que se pueda opinar de Podemos, resulta comprensible la súbita irrupción
en el show de otras figuras que al menos aportan frescura y la
intención de hacer las cosas de distinta manera.
Es
alucinante que para los políticos del Sistema (y sus seguidores) las
experiencias pasadas carezcan de valor, que de los flagrantes errores y
fallos de los últimos años no hayan aprendido nada, que estén dispuestos
a repetir las mismas jugadas. Son torpes. Pero obstinados.
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