Los nacionalistas periféricos llevan fama de ser insolidarios y
egoístas. Lo son. El agravio económico está en la naturaleza del
soberanismo catalán o vasco (sea el tradicional-conservador o el
sedicente de izquierdas) como lo está ese ramalazo de
superioridad (racial, cultural o de cualquier otro tipo) que impulsa la
secesión. De no ser así, ¿qué sentido tendría reclamar la independencia?
¿Por qué habrían de querer irse, si no se sintieran perjudicados y no
quisieran desentenderse de otros españoles que no son tan industriosos,
productivos o inteligentes?
Pero el nacionalismo centrípeto, en
sus distintas versiones, también tira por la misma vereda. En este caso,
España es en sí misma el argumento que permite pedir ventajas. Fabra,
el presidente valenciano, lo hizo el otro día en el curso veraniego de
la FAES. Sin cortarse un pelo explicó que, si Cataluña se marcha, el
virus separatista acabará extendiéndose por Baleares y el Levante.
Solución: dar más pasta a dichas comunidades. Valencia, especialmente
arruinada por la demencial gestión de sus presidentes (y alcaldes)
conservadores, necesita dinero, mucho dinero. Su jefe lo reclama desde
la perspectiva españolista. Aquí nadie da puntada sin hilo... Bueno,
salvo Aragón, cuyo actual Ejecutivo ni pide ni llora ni mama.
Todo esto resulta confuso, y miserable. El problema parte de que la
organización territorial del Estado español no está bien resuelta. La
financiación de las diferentes administraciones, tampoco. Así que todo
va manga por hombro. Todos quisimos las mismas competencias de Cataluña o
el País Vasco para no ser menos. Después, la financiación de las
comunidades autónomas se convirtió en una rebatiña en la que se primó a
los periféricos para calmarles y tenerlos de aliados o a los graneros de
votos de los dos grandes partidos españoles. Hubiese sido más útil
fijar un esquema federal claro y preciso, unas reglas fiscales justas y
equilibradas y, ya de paso, una regulación coherente del derecho de
autodeterminación de los territorios que quisieran decidir. Pero se optó por el victimismo, la irresponsabilidad y los trucos. Y ahora...
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