Por cosas de la vida acabé en Sicilia. Y la isla me encantó y
me interesó mucho más de lo que pudiera haber imaginado previamente.
Luego he ido deduciendo la causa de tal fascinación: no procedía solo de
la amabilidad de la gente, del morbo que produce intuir la presencia de
la Mafia, de la magnífica gastronomía o del apabullante desfile de
monumentos y lugares poderosamente evocadores... no, lo que atrajo mi
atención fue la asombrosa similitud entre aquello y esto. Sicilia es una
España a escala, que refleja nuestra imagen desorbitándola,
disparatándola, convirtiéndola en pura alucinación. Si nosotros jugamos
siempre con el esperpento, imaginen lo que es colocar semejante figura
frente al espejo deformante.
Claro, Sicilia (como
España) es el producto de dos milenios de opresión y explotación extrema
que cristalizan finalmente en el triunfo definitivo del viejo régimen:
clero y nobleza, obispos y oligarcas atrincherados en sus inmensos
palacios, iglesias, conventos y catedrales, cuya desmesura
arquitectónica contrasta con la evidente pobreza de un país que solo
pudo pagar tales lujos entregando sudor y sangre generación tras
generación. En Sicilia (como en España) no hubo rupturas ni
revoluciones, solo el relativo cambio impuesto por Garibaldi y sus camisas rojas. ¿Cambio, he dicho? El concepto gatopardismo ("cambiémoslo todo para que nada cambie") surgió de la fértil mente de un siciliano.
Pobres de nosotros. Los centroeuropeos y los nórdicos tuvieron su
reforma religiosa. Los franceses, ingleses u holandeses, sus
revoluciones. Europa occidental edificó la última fase de su modernidad
tras vencer al fascismo y desarrollar los estados democráticos y
sociales. Sicilia permaneció encerrada en su fanal, contemplando la
ruina de sus palacios, sosteniendo esa perturbadora vecindad del pan de
oro y la mierda. España, atrapada en la burbuja nacionalcatólica, tuvo
que esperar decenios hasta poder iniciar una transformación acechada
siempre por los viejos demonios de la corrupción y la desigualdad. Pese a
todo, ambos países miran hoy hacia adelante. Su espíritu aún no se ha
rendido.
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