Hace tiempo que las recreaciones del futuro ya no lo
describen pacífico, supertecnológico, ecológico y espacial. La distopía
corroe nuestro imaginario y ahora el cine, las novelas gráficas y los
videojuegos nos advierten de que al otro lado de la frontera del tiempo
no está la felicidad, sino unos escenarios sórdidos y crueles asolados
por virus artificiales, zombis, catástrofes medioambientales, violencia,
dictaduras y fanatismos. Las máquinas se rebelan, los extraterrestres
pertenecen a especies aún más depredadoras que la nuestra, el mundo está
en ruinas y los últimos seres humanos luchan para sobrevivir. Semejante
conglomerado anticipador ha generado a estas alturas una realidad
virtual tan espesa, que cuando ves fotos de la guerra en Ucrania o
Palestina o cuando lees las noticias sobre la expansión del ébola en
África puedes cagarte de miedo porque esas imágenes y esos mensajes ya
te los había anticipado la ciencia ficción. Por otro lado, los vicios
institucionalizados (empezando por la codicia, padre y madre de todos
los demás) están tan visibles que impiden a las personas lúcidas echarse
en brazos del optimismo.
Será por eso que el personal
ha dejado de ahorrar y, si pilla algo de pasta, se la gasta al contado.
Los padres ya no se rebotan tanto cuando sus hijos fracasan en los
estudios (total, para acabar sirviendo copas o pizzas...). Los hijos han
dejado de sufrir por vivir en casa de sus padres hasta más allá de la
treintena (mira tú, con las albóndigas tan ricas que hace mamá...). No
se procrea. No hay fe en el porvenir. Solo existen el presente y sus
promesas de placer inmediato.
Claro que también es posible recuperar el sentido de la utopía. Porque Guido de Carlotto
(aquel bebé nacido en un centro de detención y tortura) encontró a su
abuela y ha resultado ser músico, como ella le imaginaba. Porque en
Liberia y Sierra Leona hay personas extraordinarias (misioneros,
personal de las oenegés, voluntarios) que se están jugando la vida
luchando contra la última pandemia. Porque dos días aún dan margen para
el compromiso, la generosidad y la empatía. Y, si se puede, pasarlo
bien.
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