He leído que el padre de Jordi Pujol (aquel que
inició la saga familiar y cuya herencia ya se quedó en Andorra) jugaba a
la Bolsa, estuvo en el negocio de las joyas y durante la posguerra
española "especulaba con productos de primera necesidad y materias
primas". Vamos... que era estraperlista y se movía en un ámbito donde
era preciso tener buenas relaciones con las autoridades franquistas.
Hizo pasta, sin duda, y participó en la constitución de Banca Cataluña
cuando ya su hijo le impulsaba a poner en pie entidades y empresas con
vocación nacional. Pero está claro que los Pujol no acabaron de
ser ricos-ricos de verdad. De esos cuya fortuna supera los límites
habituales y cuyo patrimonio bastará para mantener generaciones de
descendientes parásitos. Por eso en aquella familia siguieron barriendo
para casa, hurtándole el cuerpo a la hacienda pública y avanzando hacia
el gran objetivo estratégico: alcanzar lo más alto de la pirámide. En su
último libro (Cero, cero, cero), Alberto Saviano advierte de que en la liga superior de los multimillonarios el dinero no se cuenta, se pesa. Ese es el tema.
Ahora, con el veraneo poniéndonos ante los ojos las riberas de los
puertos deportivos y los aparcamientos de los hoteles de superlujo, es
un momento óptimo para recapacitar sobre la riqueza. Lo cual me parece
un ejercicio imprescindible, porque cada vez veo a gente más embarullada
al respecto. La brutal devaluación interna que nos han recetado
está dando lugar a un terrible equívoco: adjudicar el título de
privilegiado a cualquiera que gane más de 30.000 euros al año,
considerar rico a quien gane más de 120.000 y escandalizarse ante
patrimonios que no van mucho más allá del millón. Y eso, queridos, es
irse de cabeza.
Los ricos-ricos están bastante más arriba. No alquilan yates; navegan en su propio barco. No vuelan en business;
disponen de avión privado. Van a hoteles excepcionales pagando miles de
euros por noche. No les recogen en coche; sino en helicóptero. Ahí es a
donde no habían llegado aún los Pujol (ni los Urdangarin). Pero como tales familias sí conocen el auténtico ránking de la riqueza... Pues eso.
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