Quien dice Aragón dice España, porque seguimos siendo el crisol
estadístico por excelencia. El caso es que aquí, en la Tierra Noble, un
cenizo se siente como en su casa. Puedes hacer profecías más o menos
catastróficas, que acertarás siempre. Puedes deshuevarte de los grandes
proyectos institucionales respaldados por eso que llamamos sociedad
civil, y jamás quedarás en evidencia. ¡Que me lo digan a mí! Cuando
aquella broma que se intituló Gran Scala, algunos amigos me advirtieron
de la comprometida posición en que podría quedar yo si al final el
invento prosperaba de alguna forma. Claro, los pobres estaban afectados
por el síndrome de la autoestima colectiva, la credulidad patriótica y
el optimismo porque sí. Hijos míos, les dije, yo me remito a lo
evidente; sois vosotros quienes estáis afectados por el irrealismo, el
surrealismo o saben los dioses qué perturbación cognitiva: despejaos.
El caso es que los datos están ahí. Ya no vale pillar las cifras del
Instituto Nacional de Estadística y pintarlas de purpurina, como vienen
haciendo los telediarios de la pública; ni asombrarnos de que los
hoteles se llenasen en Semana Santa. No. Lo que hay sobre la mesa es un
incumplimiento del objetivo de déficit que el año pasado ascendió a diez
mil millones de euros en todo el país y que en Aragón, ojo al dato,
triplicó lo permitido, se fue al 2,13% (no se podía pasar del el 0,7%) y
coloca a esta comunidad autónoma en el pelotón de las que peor
resultado obtuvieron en el desarrollo de sus cuentas. Por supuesto la
culpa es de Rudi y su equipo, que no fueron capaces de cuadrar el presupuesto en toda la legislatura. Pero no creo que Lambán y los suyos tengan mejores perspectivas ni estén haciendo lo necesario para resolver la maldita ecuación.
Lo peor de todo es que nadie sabe muy bien qué hacer. Dijeran lo que
dijesen los fanáticos del positivismo a toda costa, Aragón no va bien.
Si no fuera por el peso de Zaragoza ciudad y la activa presencia de la
Opel, estaríamos a punto de liquidar por derribo. En el ránking de
crecimiento durante el 2015, fuimos los segundos... empezando por la
cola. Seguimos perdiendo población. Gran parte de nuestras comarcas
están tan envejecidas que carecen de masa crítica para tomar cualquier
iniciativa.
No se depriman. Esto, como suelen decir los cínicos, es lo que hay.
La vida no es exactamente como la cuentan en Aragón TV y la glosan los
jefes instalados en la poltrona. Nuestro horizonte como territorio y
como pueblo no es ni puede ser el que nos trazan día tras día tras día
reiterando clichés tan rancios y sobados como fracasados hace tiempo. La
clave está en el enfoque, en ponernos las gafas de ver claro y en
afrontar de cara lo que tenemos entre manos.
Ahora... llámenme cenizo.
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